Los “progresistas” consideran potencias coloniales solo a los países de Europa Occidental y a los Estados Unidos, que ocuparon territorios de ultramar desde que los portugueses en el siglo XV exploraron África, hasta que los americanos arrebataron a España sus posesiones en 1898. Estas colonizaciones fueron condenadas por la izquierda mundial y solo a ellas se dedicaron las acciones de los comités de “descolonización” de los organismos internacionales. En cambio, activistas “progres” y burocracias descolonizadoras guardan silencio sepulcral con respecto a las aventuras colonialistas de Rusia y China. La diferencia entre estos imperios y los occidentales es que estos hicieron sus conquistas en “ultramar”, es decir, atravesando océanos, mientras que rusos y chinos, con inferior capacidad náutica, colonizaron países colindantes con sus amplios territorios. ¿Qué diferencia ética hay entre oprimir a una nación vecina y la exacción a pueblos lejanos?

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Lo que cambió

Chinos y rusos fueron tanto o más brutales que los occidentales con los circasianos, siberianos, tibetanos y uigures, por citar ejemplos. Sus labores colonizadoras conllevaron masacres y auténticos genocidios. Sin embargo, estos imperios terrestres no tienen la menor intención de descolonizar tales territorios. Cierto que el derrumbe de la Unión Soviética produjo un enorme proceso de descolonización, solo superado por el que se dio en África en la segunda mitad del siglo XX, pero todavía hay muchos pueblos a los que jamás se les preguntó si quieren seguir formando parte de la “federación” rusa. Ni hablar de las naciones sometidas al imperio chino, como es el caso de Taiwán, una isla algo mayor a la provincia de Pastaza, situada a unos 180 kilómetros de China. Estaba poblada por pueblos de origen malayopolinesio cuando fue colonizada por europeos. Portugal, España y Holanda se adueñaron sucesivamente de lo que llamaban Formosa. Recién a fines del siglo XVII la dominaría China, que dos siglos después la cedió a Japón hasta 1952. O sea, la presencia china es mucho más corta que la que tuvo España en América. Y ha sido libre de hecho desde 1949, pero el imperio chino jamás ha reconocido de derecho esta realidad.

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Mientras tanto, en Taiwán se desarrolló una de las sociedades más ricas de la Tierra, un verdadero puntero tecnológico. Su principal socio comercial es justamente China, que solo la considera una provincia rebelde y amenaza con invadirla si se declara formalmente república independiente. También ha propuesto “amistosamente” la fórmula “un país, dos sistemas”, con la cual conservaría su economía capitalista y organización republicana bajo la soberanía de Pekín. Pero ya se vio la farsa que constituye esta oferta, en Hong Kong la componenda funcionó hasta que el emperador chino consiguió asegurar las ataduras. Así, el reciente 13 de enero, en elecciones libres, el pueblo taiwanés escogió como su presidente a Lai Ching-te, candidato del Partido Progresista Democrático, partidario de la independencia. Es de esperar que este proceso prosiga dentro de cauces pacíficos y civilizados, pues como se ha demostrado, un conflicto bélico sería desastroso, no solo para China y Asia, sino para toda la humanidad. (O)