El resultado menos esperado de las elecciones argentinas de la semana pasada fue que el candidato peronista, Sergio Massa, arribó en primer lugar, con una diferencia de votos no abrumadora, pero sí significativa, sobre su inmediato seguidor. Este fue el candidato libertario Javier Milei, quien había obtenido la mayor votación en las primarias de agosto. El tercer lugar lo ocupó la postulante Patricia Bullrich, de la alianza conservadora reformista Juntos por el Cambio, que llegó relativamente rezagada. Partiendo de un casi empate técnico entre estos tres contendores, que se registraba en las encuestas previas, se pueden hacer varias lecturas de estas cifras con miras a los posibles resultados del balotaje entre los dos punteros que se realizará el 19 de noviembre. Una visión puede ser que Massa absorbió ya los votos de todos los partidarios de Bullrich que jamás votarían por Milei, porque les disgustan sus formas y su interpretación ultraliberal de la economía. Lo que implicaría que quienes votaron por la candidata de Juntos son los antiperonistas duros de esa agrupación y acatarían el apoyo propuesto por la exministra. Si esta especulación coincide con la realidad, la victoria del libertario es posible.

Los que ven el fenómeno argentino desde Ecuador se asombran de que gane quien era directamente responsable de manejar una economía en coma. No solo eso, el peronismo tiene una vigencia de ocho décadas, de las cuales ha estado en el poder en varias ocasiones, con distintos mandatarios, sumando más de treinta años. No ha sido ciertamente la etapa más gloriosa de Argentina. Y, sin embargo, “el pueblo” está a punto de entregarles un nuevo mandato. Pero todo eso es característico del populismo, sus hábitos paternalistas y sus estructuras clientelares. Estas características las explotó a fondo Massa, con habilidad y descaro, en el periodo entre las primarias y la primera vuelta. Sin olvidar que, gracias a estas prácticas ha acumulado un electorado cautivo, de empleados públicos y subsidiados, que son una importante fracción de la población.

He visto artículos en periódicos digitales de todo el mundo, en los que se sostiene que en el balotaje final se enfrentarán dos populismos. En efecto, el peronismo es el arquetipo del populismo, que conserva todavía muchos de los métodos y taras del fascismo, que fue el prototipo de esta tendencia. Pero meter en ese saco al libertarismo de Milei es tomar el rábano por las hojas, creyendo que las maneras ruidosas y alborotadas de este dirigente constituyen “populismo”. Este candidato no va por el clientelismo de dádivas, hay el claro propósito de reducir el aparato del Estado con la impopularidad que eso representa. Los ecuatorianos vemos extrañados que se asusten tanto ante la idea de dolarizar un país. El libertarismo es un movimiento ideológico, tanto que varias veces a lo largo de la campaña tropezaron con los bordes complejos de sus ideas. Argentina tiene una oportunidad única de elegir entre lo que no ha funcionado 80 años y la propuesta de una verdadera reforma. El programa de Milei no propone un experimento, sino que se basa en lo que han hecho, sin excepción, todos los países que son prósperos en el mundo. (O)