Los seres humanos también lo somos. Ellos, esas criaturas maravillosas, viven y se proyectan instintivamente y son las expresiones más extraordinarias de la creación y de la evolución. Nosotros somos aún mucho más complejos por estar dotados además de razón y espiritualidad, facultades que nos han permitido crear cultura y civilización, y también destruir, tanto al otro como al entorno natural y social. La condición humana, como fenómeno y como concepto, es un tema tratado por gente de las ciencias objetivas, así como por artistas, filósofos, religiosos y literatos, quienes parten del análisis de realidades etéreas pero irrefutables propias de lo humano, como la intrínseca maldad y también la consustancial bondad, con sus infinitas y sutiles gamas de derivaciones estéticas y éticas.

Horror en el zoológico: Desaparecen e intercambian animales y sacrificaron cuatro cabras para cena de Año Nuevo

Los animales son criaturas auténticas, absolutamente consecuentes con sus esencias, que les hacen actuar conforme a sus características genéticas, que los definen para sobrevivir y proyectarse en el escenario natural. Actúan dotados de un principio de inteligencia instintiva y compelidos por sus diversas y específicas particularidades, creadas o desarrolladas para estar y contribuir desde sus diferentes roles con la inmensa eclosión de la cual son parte y a la cual le dan la extraordinaria identidad que es la vida en el planeta Tierra.

Todos los animales, pese a la fiereza y devastadora acción —que se manifiesta en determinadas circunstancias—, son absolutamente indefensos frente a la maldad de una humanidad que arrasa con especies, hábitats e incluso ecosistemas para construir civilización, quizá condenada a su extinción, precisamente por no haber comprendido la conexión consustancial a la red de relaciones interdependientes de todas las criaturas del planeta, entre las cuales el ser humano es apenas una más, siendo la única obligada por su inteligencia y espiritualidad a cuidar de esa explosión incomparable que es la vida en todas sus manifestaciones.

(...) los anacrónicos zoológicos, concebidos para albergar y cuidar animales, pero que no lo hacen y, por el contrario, los maltratan...

Por eso, la negligencia en el cuidado de las formas de vida del ecosistema planetario, la falta de respeto y agresión —tantas veces mortal— retratadas por la violencia, a veces marcada por toques de crueldad, son un crimen en contra de nosotros mismos, porque afectan al todo vital que se proyecta con el aporte de cada ser, pues todos cumplimos una función, indefectiblemente conectada y dependiente de las realizadas por otros. Somos criaturas orgánicas, productos de una genética común y única que permite la extraordinaria diversidad planetaria.

Zoológico Rapaz Lana se expande ante posible cierre del Parque Marino Valdivia

Escribo estas líneas abrumado por hechos que fueron noticia hace unas semanas, relacionados con la precariedad mortal e inaceptable de algunos lugares en el Ecuador, los anacrónicos zoológicos, concebidos para albergar y cuidar animales, pero que no lo hacen y, por el contrario, los maltratan con ignorante sadismo y quemeimportismo. La impresionante majestuosidad de leones prisioneros en estrechísimas jaulas, la delicada condición de aves encerradas en espacios ínfimos y el atropello a toda criatura que está en manos de quienes gestionan muchos de esos espacios muestran una de las facetas —de las peores— de nosotros como sociedad y cultura. (O)