Las islas tropicales pueden tener distintos orígenes. Algunas son un pedacito de masa continental que se quebró hace millones de años. Otras islas son de origen volcánico: se formaron cuando una caldera submarina emanó magma que irrumpió la superficie y se enfrió. Ejemplo de estas islas son las Galápagos o Hawái. Luego están aquellas que son grandes bancos de arena y se formaron a partir de restos de esqueletos coralinos y de otras criaturas calcáreas. Y no podemos olvidar las que están hechas de heces de peces loro: algunas islas pequeñas del Caribe nacieron así. Los peces loro digieren corales y porciones comestibles de rocas, que luego excretan en forma de arena, ayudando a crear islas y playas arenosas. Para ponerlo en perspectiva, un pez loro verde puede llegar a producir alrededor de 90 kg (200 lb aproximadamente) de arena al año.

Por mi carrera como bióloga marina he tenido la oportunidad de vivir en algunas islas tropicales y aprender mucho de la vida isleña, tanto del lado natural como del humano. Desde que existe el ‘mundo civilizado’ ha habido personajes que han tenido la urgencia de ‘escapar’ de la sociedad y vivir de los elementos naturales. Por ejemplo, hacia una isla tropical remota, en busca de un paraíso terrenal. Creo que en algún punto de nuestras vidas todos lo hemos pensado, así sea muy brevemente. Pero precisamente, este fue el caso de algunos de los primeros habitantes que llegaron a las islas Galápagos.

Por otro lado, están culturas como la polinesia o la melanesia, que tienen su origen y sus raíces en pequeñas islas tropicales. Su cultura se basa en tradiciones orales, mitos y eventos astrológicos. Me atrevo a decir que son de las pocas culturas privilegiadas que aún viven inmersos en el mundo natural, a pesar de que el mundo ‘occidentalizado’ también ha llegado a sus remotas comunidades. A estos grupos pertenecen los habitantes de islas Cook, Tahití, Samoa, Tuvalu, Tonga, Isla de Pascua, solo por nombrar algunos ejemplos.

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El paraíso no está en alguna isla remota en la mitad del océano, es algo que debemos construir en nuestro interior.

Durante los últimos dos meses he tenido la suerte de recorrer el archipiélago de Fiji, conociendo un poco sobre sus habitantes y tradiciones. Fiji pertenece al grupo cultural de melanesia. Sus habitantes siempre te reciben con brazos abiertos y con el corazón lleno de Bula!, el saludo local. Bula significa buena salud, o vida. Las personas lo dicen de manera muy alegre y sonriente. Gran parte de la tradición en Fiji gira en torno a la ceremonia de la Kava. La kava es una planta similar a la pimienta y tiene grandes propiedades medicinales. Consiste en sentarse en un círculo y prepara la bebida a partir de las raíces de la planta. Luego, en cuencos de coco se pasa la bebida y se aplaude una vez antes de tomarla y tres veces después de haberla tomado en señal de respeto y agradecimiento. La kava tiene efectos anestésicos, es relajante, e incluso trata algunas enfermedades.

En mi búsqueda de ese ‘paraíso terrenal’, cada vez reflexiono más sobre cómo no se trata de un lugar físico, el paraíso es más bien intangible, un estado: mental y emocional. El paraíso no está en alguna isla remota en la mitad del océano, es algo que debemos construir en nuestro interior. (O)