Una de esas lindas actividades es la agricultura urbana, que es necesaria principalmente en estos tiempos que estamos viendo el clamor de nuestro planeta Tierra, por los deshielos, derrumbes, sequías, cambio climático, guerras, etc., que destruyen y desestabilizan, causan contaminación, y seguimos pasivos contemplando estas variaciones que son una forma de decir “me están destruyendo”, “cortan mis árboles que son mis cimientos de vida”.

Así, hace 10 años decidí sembrar un árbol en el patio de mi casa. Nació una pequeña plantita y empezó a crecer con hojas de un verde esperanza. Comencé a regarla y abrirle paso para que se haga más fuerte, una bella planta de aguacate. Dios me la obsequió para que sus frutos los comparta con todos. Fue irguiéndose como queriendo alcanzar el cielo, le fui tomando mucho cariño. Primero, empezó a dar pequeña sombra, luego sus hojas bailaban al compás del viento y mi casa se veía más bonita con el árbol; aparecieron las flores en combinación de colores verde con amarillo. Cierta mañana me despertó el trinar y los gorgoteos de los pájaros, encontré caídos pequeños frutos de aguacate que el fuerte viento los arrancó de las ramas. Al pasar el tiempo, los frutos fueron convirtiéndose en grandes, por no decir gigantes aguacates. Al servirnos el primer aguacate, agradecimos a Dios por la maravilla de su creación, por la tierra bendita y fértil que nos alimenta con amor. Sembrar un árbol es el motivo más grande de compromiso del hombre al cuidado del planeta y contribuye al equilibrio de la naturaleza. Todo depende de nuestro amor a la vida. Las ciudades del Ecuador deberían pintarse de verde con la siembra de árboles, de acuerdo al tipo de suelo, así entenderíamos con el ejemplo de que el color verde es esperanza, y en este caso de vida para nuestro planeta. (O)

Alicia de Jesús Carriel Salazar, profesora jubilada, Guayaquil