En una conferencia dictada en el año 2015, el académico estadounidense Larry Lessing hace unas interesantes reflexiones sobre la democracia, tanto sobre sus virtudes como sus deficiencias. En dicha presentación, Lessing se refiere a un personaje relevante en la política norteamericana del siglo XIX: William ‘Boss’ Tweed. Quizás muchos recuerden haberlo visto en el filme Pandillas de Nueva York, dirigida por Martin Scorsese. Fue un personaje relevante en la política neoyorquina, quien llegó al Capitolio de los Estados Unidos y cosechó lo que sembró, muriendo de neumonía en una cárcel.

La maquiavélica mentalidad política de Tweed queda plasmada en una de sus frases sobre la democracia: “No me importa quién participe de la elección; siempre y cuando sea yo quien se encargue de la nominación”. Esta frase revela el punto débil de la democracia. ¿De qué nos sirve votar cuando las opciones puestas en la papeleta ya están predispuestas a favor de grupos o intereses específicos? Si nos limitamos a creer que la democracia es solamente realizar el ejercicio del sufragio, estamos siendo ingenuos. No por nada los Gobiernos más déspotas del planeta son los que se jactan de realizar más elecciones.

Según Lessing, la parte cuestionable de la nominación de candidatos en su país se da en la recaudación de fondos, casi siempre dispuestas por conglomerados económicos conocidos como ‘Superpacks’. Los fondos de campaña se dirigen a quienes sean afines a los intereses de esos grupos. Si un candidato no coincide con la visión política o económica de dichos grupos no recibirá los fondos de campaña necesarios para llegar a los votantes y expresar sus ideas. La alternativa para enfrentar esta barrera es la de recaudar fondos desde los propios votantes. Esa estrategia es la utilizada actualmente por Bernie Sanders. No dudo que esto sea replicado por la fortalecida ala trumpista del partido republicano, que sostiene una estrategia populista, y depende en gran parte de su vínculo con las bases populares blancas.

En contraparte, en nuestro contexto político sudamericano, la estrategia utilizada para direccionar la democracia de manera tendenciosa es totalmente opuesta. En lugar de favorecer con recursos a un candidato en particular, se dispersa a sus votantes, incrementando el número de candidatos. Eso conlleva a que los votantes no se concentren en un solo candidato, y terminen votando por personajes que generen simpatías, pero que no tengan posibilidad de ganar la contienda. Bajando a uno mediante la inserción de muchos se favorece a otro.

Esta estrategia me recuerda aquel decir popular, que hace referencia a la incapacidad que podemos tener de proyectarnos de manera colectiva, en busca de un bien común, y que termina condenándonos a un destino común negativo. Somos “como cangrejos en olla”; apenas vemos que alguien logra escalar hasta la superficie, y tiene posibilidades de escapar a ser cocinado, alguien de la masa lo hala para abajo.

Así veo las elecciones que se avecinan. Estamos en una gran olla, y por culpa de la vanidad e ingenuidad de algunos, todos seremos el plato fuerte de alguien más. (O)