En los escasos organismos internacionales que saben de la existencia de un lugar llamado Ecuador debe haber alguna gente arrancándose los pelos. No les debe caber en su lógica que el ministro que acababa de hacer una negociación exitosa de una parte de la deuda externa deba enfrentar un juicio político y se vea obligado a renunciar. Si hurgan un poco más, se van a quedar calvos al comprobar que el próximo presidente, el que se beneficiará de esa negociación, pertenecerá a uno de los partidos interpelantes. Finalmente, no habrá manual de psicología en que puedan encontrar explicaciones para el resultado final, que fue todo lo contrario a lo que esperaban quienes impulsaron el juicio en nombre de la sacrosanta cruzada en contra del Fondo Monetario Internacional. En efecto, eso es lo que significa el nombramiento de Mauricio Pozo, uno de los economistas que con mayor frontalidad apoyan las reformas pro-mercado.

Si desde afuera es complicado entender lo sucedido, no lo es menos para quienes buscamos explicaciones desde adentro. El pachamamismo o cualquier otro esoterismo seguramente dirían que es la indefinida influencia del equinoccio, pero tampoco eso serviría para comprender el coro entonado en la Asamblea, que proclama que la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas. Mejor es ir a lo concreto, y lo concreto es que el acuerdo para enjuiciar al ministro de Economía es un punto más dentro de la larga línea que han ido garabateando los defensores del Estado conjuntamente con los que le apuestan todo al mercado. Los primeros tienen claros los beneficios que pueden obtener con el fracaso del gobierno de Lenín Moreno. Creen que los malos resultados de este y la acusación de traición les permitirán conservar su militancia más fiel y borrarán su responsabilidad en el desastre económico. Con esas premisas, a las que suman el dogma anti-FMI, se entiende que apuesten a ese resultado. Pero, que los otros vayan por el mismo camino solo puede ser atribuida a la vieja hipoteca que mantienen con las prácticas demagógicas que les aseguran una clientela básica. Ya demostraron hasta dónde pueden llegar, cuando presionaron para la eliminación del impuesto a la renta y su sustitución por una barbaridad que alimentó la crisis de los noventa.

Al final, los integrantes de la curiosa alianza no tuvieron ni un minuto para festejar la salida del ministro Martínez. Las celebraciones se cancelaron cuando, en la misma frase y sin dejar tiempo para las especulaciones, el presidente anunció el nombramiento de quien tendrá como objetivo profundizar la política que los asambleístas asociados intentaban sepultar. Sin duda, fue una jugada riesgosa si se piensa que la hizo en medio de las amenazas de conmemorar el aniversario de los hechos de octubre con nuevas movilizaciones. Pero es perfectamente comprensible si se considera que esto significó la toma de conciencia de su carácter transitorio y, consecuentemente, de asumir como único objetivo la estabilización de la economía. Guste o no guste, esa ha sido la respuesta para quienes decían –decíamos– que era un gobierno sin rumbo. Como lo señaló el nuevo ministro, ese rumbo está marcado y apunta a sentar las bases para el nuevo gobierno o, sin carga irónica, a dejarle la mesa servida. (O)