Por: Gustavo Fierro Carrión *

El coronavirus-19 o COVID-19, causante de la pandemia que azota al mundo desde hace 4 meses y que ya ha ocasionado cerca de 293 000 muertes, ha demostrado ser un virus formidable, peor que la mayoría de virus que producen infección respiratoria, incluyendo el virus de la influenza. Pero el virus tiene un enemigo igual de formidable, del que dependerá el control final de la pandemia: el sistema inmune.

Incluso tratándose de un virus nuevo, un sistema inmune saludable puede controlar y neutralizar al COVID-19 con gran eficiencia. La prueba es que la mortalidad de la infección por COVID-19 es baja, de menos de 1 %. Esta cifra incluye a las personas cuyo sistema inmune no es del todo saludable, por ejemplo, personas con problemas crónicos de salud como enfermedad cardiaca o diabetes, y personas de tercera edad, cuyo sistema inmune es algo más débil que personas jóvenes. En personas jóvenes sin problemas de salud la mortalidad probablemente es de 0,1 % o menos y la infección puede incluso tener síntomas tan leves que pasa desapercibida.

Quienes tuvieron contagio con COVID-19 y sobrevivieron, sin importar si tuvieron infección leve o infección severa, tendrán anticuerpos contra COVID-19. No hay ninguna razón para pensar que estos anticuerpos no van a ser ‘protectores’, es decir, si vuelve a haber contagio con COVID-19, ese nuevo contagio será neutralizado rápida y eficazmente y no producirá infección, y lo más importante, no habrá transmisión del virus a otras personas. Una interrogante es por cuánto tiempo los nuevos anticuerpos perdurarán; esto es difícil predecirlo y depende de muchos factores y variables. Hay el antecedente de las otras dos infecciones respiratorias por coronavirus, el SARS y el MERS. Pruebas serológicas en personas que sobrevivieron a SARS detectaron anticuerpos protectores dos años después de la infección.

La llamada ‘inmunidad colectiva’ ocurre cuando una sustancial mayoría de personas de una comunidad o país han desarrollado anticuerpos protectores. Cuando esto ocurre, los niveles de contagio e infección se reducen muchísimo, llegando a 1 % o menos. Los contagios se reducen mucho porque baja muchísimo la probabilidad de que una persona no infectada y no inmune tenga contacto con una persona contagiosa y con infección activa.

Inmunidad colectiva es un concepto fácil de entender, pero difícil de medir o cuantificar. Primero, es difícil saber el porcentaje de una población que tiene anticuerpos protectores, a menos que se realicen pruebas serológicas a toda la población, lo que es muy costoso. Segundo, debemos tener una idea del porcentaje mínimo necesario de personas inmunes que produce inmunidad colectiva. Por último, es necesario saber por cuánto tiempo va a durar esa inmunidad colectiva.

Para tener una idea o al menos una proyección del porcentaje mínimo necesario de personas inmunes que produce inmunidad colectiva, los epidemiólogos usan fórmulas matemáticas basadas en el llamado ‘número reproductivo’, que es el número promedio de personas a las que contagiará una persona infectada. Para COVID-19 el número reproductivo es de 2,5 a 3, más o menos el doble del virus de la influenza, pero mucho menor que otros virus. El número reproductivo del virus del sarampión, por ejemplo, es 12.

Mientras más alto es el número reproductivo, mayor deberá ser el porcentaje mínimo necesario de personas inmunes para que haya inmunidad colectiva. La proyección para el COVID-19 es que va a ser necesario que haya entre 60 y 70 % de personas inmunes antes de poder afirmar que existe inmunidad colectiva capaz de reducir el contagio a niveles muy bajos.

70 % es un porcentaje alto, y hay solo dos maneras de lograrlo. La primera manera de lograrlo ya está ocurriendo y es el contagio natural. Pero el costo del contagio natural es demasiado alto; causa un enorme y terrible exceso de mortalidad y también muy alta morbilidad que inunda los servicios de salud, como ya ha pasado en muchos países, incluyendo Ecuador. Además es muy difícil saber el momento en que se ha llegado al 70 % de inmunidad colectiva; hacer pruebas serológicas en toda la población no es práctico. Un método novedoso que ya está siendo ensayado en algunos países es detectar material genético de COVID-19 en aguas residuales o aguas de cloaca, aprovechando que el virus es eliminado en las heces de personas infectadas. Australia fue el primer país en poner en práctica esta técnica. Aún es muy temprano para saber si es una técnica confiable y precisa.

Luego está el problema de que no sabemos cuánto tiempo dura la inmunidad colectiva. Si solo dura unos meses, va a ser necesario más de un ‘ciclo’ de infección natural, y quizás uno, dos o hasta tres años, para llegar al 70 % mínimo de personas con inmunidad.

La segunda manera, que es más rápida, eficiente y confiable, es el desarrollo de una vacuna eficaz y segura. Hasta la fecha hay 8 potenciales vacunas para COVID-19 que están en fase clínica de ensayo en voluntarios humanos. Los investigadores más optimistas piensan que las probabilidades de tener una vacuna eficaz y segura dentro de los siguientes 12 meses son buenas.

Aunque una vacuna es el método mas eficiente, rápido y seguro de generar inmunidad colectiva, no es una panacea. Hay millones de personas con debilidad inmune debido a fármacos como corticoides, o malnutrición, o problemas crónicos de salud. En estas personas la vacuna no producirá inmunidad adecuada. Muchas personas se resistirán a recibir la vacuna por temor a tener una reacción adversa o porque piensan que no es necesaria. Es probable que también sean necesarias una o más dosis de refuerzo de la vacuna. A pesar de estos problemas, una vacuna eficaz y segura sería, con lejos, la mejor manera de generar la tan deseada inmunidad colectiva del 70 % y de esta manera contener, y en última instancia, acabar con la pandemia de COVID-19. (O)

Médico especializado en Medicina Interna e Hipertensión Arterial, profesor de Ciencias Clínicas.