Corría el mes de diciembre de 1974, cuando vio la luz el álbum Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, el tercero de la mítica banda argentina Sui Generis, liderada por el genio del rock, Carlos Alberto García Moreno (para las masas, simplemente Charly).

Eran tiempos turbulentos en la Argentina que aún lloraba la muerte de Perón y afincaba sus esperanzas en doña Isabel, sin sospechar siquiera lo que dos años más tarde traerían Videla, Massera y Agosti.

Obviamente que este relato no es vivencial, fundamentalmente porque en esa época yo tenía 4 años de edad, y solamente alcanzaba a tararear las canciones de Luis Aguilé.

Recién al inicio de los 80, cuando hizo ebullición el denominado rock latino, aunque ya tenían más de una década alborotando a la juventud de este lado del mundo, Charly (Sui Generis), Spinetta (Almendra), Manal y Los Gatos (entre los más relevantes) y en el norte Carlos Santana y Alex Lora con Three Souls in My Mind (El Tri), tuve conciencia de la existencia de este inexplorado mundo del rock argentino; bastó un par de canciones de la eterna banda de Nito y Charly para engancharme con música y letras, su lucha contra la dictadura militar y contra todo lo establecido, en una época particularmente especial para la juventud en todo el mundo.

Natalio Ruiz, Mariel y el Capitán, Juan Represión, Botas Locas, Aprendizaje, Cuando ya me empiece a quedar solo, El Fantasma de Canterville y prácticamente todo su repertorio, han formado parte de mi recurrente playlist por más de 30 años, desde los incomparables vinilos, hasta la actual tecnología digital, al punto de que con frecuencia suelo asociar situaciones de la vida diaria con sus letras, con sus mensajes y su legado.

Esa es la razón por la que he titulado a esta columna ‘El Tuerto y los ciegos’. Fue lo primero que vino a mi mente cuando leí la noticia de que el Gobierno Nacional abandonaba finalmente la Unasur –esa cofradía de dictadores corruptos, disfrazados de izquierda revolucionaria que afortunadamente fracasaron en su intento de apoderarse del continente y perpetuarse en el poder al estilo de los hermanos emperadores de Cuba–, que se recuperaría el edificio donado para su operación (ese elefante blanco, símbolo del despilfarro indolente e irresponsable de la dictadura que nos gobernó una década) y que retirarían la estatua del expresidente argentino Néstor Kirchner.

Quienes soñaron ese edificio y auspiciaron la creación de Unasur tuvieron el acierto de coronarlo con una estatua del Tuerto (ese a quien la muerte le impidió llevarse en peso su nación) para recordarnos quiénes son, qué buscan y con quiénes se juntan.

El Tuerto y los ciegos, qué bien que le sienta ese nombre al edificio de la Unasur. La estatua de Kirchner y quienes han lucrado de ella, acomodados con dinero ajeno, dinero de los pueblos del Sur, que tanto lo necesitan hoy. En ese edificio no hubo nunca nada mas que eso; el Tuerto y los ciegos.(O)