El odio y el amor existen desde siempre. A pesar de los años que ya tengo, nunca supe ni pude odiar a alguien, aprendí que las diferencias no justifican el odio, mas desde el maltrato a las mujeres, las tontas envidias, la homofobia, el fanatismo, hasta el terrorismo, pasando por la intolerancia, el odio se presenta de múltiples formas. Existe una notable diferencia entre un enemigo y un adversario. El enemigo puede desear nuestra destrucción, el adversario obedece a ciertas reglas frente a cualquier conflicto, es cuestión de cultura, de humanismo. Me parece aberrante que debamos odiar a un político porque somos partidarios de su oponente, o menospreciar una religión porque escogimos una diferente.

Por haber vivido durante cinco años entre musulmanes conocí seres extraordinarios que seguían al pie de la letra los cinco principios del islam: profesión de fe, limosna, ayuno, la oración cinco veces al día, peregrinación a la ciudad natal de Mahoma. De igual modo tengo amistad con católicos que practican algo parecido: el credo, la limosna, el ayuno, la oración, de pronto la peregrinación a Tierra Santa. Me pregunto por qué razón tienen que odiarse si comparten un camino tan parecido. Quienes volaron las Torres Gemelas gritaron: “¡Allahu akbar!”, mientras los cruzados de su lado clamaban: “Deus lo volt” (Lo desea Dios). El papa Urbano II proclamó: “A quien emprenda el viaje a Jerusalén con la finalidad de liberar a la iglesia de Dios, siempre que lo haga por piedad y no por ganar honor o riquezas, este viaje a Tierra Santa se le contará como penitencia completa”, resultado: olor a descomposición en toda Palestina, un millón de víctimas en la primera cruzada solamente. En la batalla de Askalon, 8/12/1099. 200.000 paganos muertos “en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. En pleno siglo XXI sigue oliendo a cadáveres en Palestina. Los yihadistas practican atentados suicidas contra inocentes, el odio se canaliza hacia un grupo étnico al que se califica de inferior y se le niega el derecho a vivir. Ese fue el argumento de los nazis para limpiar Alemania de razas “impuras”. Cuando el papa Benedicto XVI visitó el campo de Auschwitz (millones de seres asesinados) guardó un silencio de estupor, un silencio que fue un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto? El odio es una de las tantas pasiones inútiles que nos agobian y nos impiden vivir en armonía con el cosmos.

Odiar es mantener violencia dentro de nosotros, se vuelve esclavitud personal, malestar constante. No hay virtud tan grande como la de poder admirar las virtudes de nuestros eventuales adversarios. “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores” (Mahatma Gandhi). No sé hasta qué punto es cierto lo de Juan Jacobo Rousseau: “El hombre nace bueno, la sociedad lo corrompe” o será que nacemos a la vez capaces de lo bueno y de lo peor, nacemos con una gran herencia cultural que nos potencializa para ser lo uno o lo otro, dependiendo de los fines que fijemos para nuestras acciones y de los medios que elijamos para alcanzarlos. (O)