Ahora que la política se hace en gran medida en las cárceles, viene a colación uno de los problemas más interesantes de la teoría de juegos, el denominado dilema del prisionero. No es este el lugar para explicar sus detalles ni los laberintos teóricos que han consumido millones de neuronas. Basta señalar que la mencionada teoría es uno de los instrumentos que se utilizan con mucha frecuencia en campos tan disímiles como la economía, la política, las relaciones internacionales, la sicología, los negocios o la guerra. El dilema, en términos sencillos, hace referencia a las situaciones en que cada “jugador” (personas, empresas, gobiernos, ejércitos) tiene la opción de salvarse si colabora con la justicia y delata al otro. Si no lo hace, se condena. Lo extraño es que mayoritariamente los jugadores escogen la opción que los condena.

Sería muy interesante aplicarlo al mundillo político-carcelario ecuatoriano de hoy, especialmente a la situación de los dos presos (PPL) más conocidos. Siguiendo los usos de la teoría, que identifica a los jugadores con una letra, para el caso serían los señores R y G. Se podría anticipar que ambos estarían dispuestos a mantener la estrategia que han seguido hasta ahora, que es la negativa absoluta y la no colaboración. Si fuera así, tal como sostiene la teoría, los dos se perjudicarían por el enorme peso de las evidencias. Más les valdría colaborar y beneficiarse de rebajas en las penas, lo que es especialmente válido en el caso de R, que podría argumentar que simplemente fue un intermediario. Que lo haga o no lo haga va a depender de consideraciones familiares, no políticas.

Es evidente que G está en una situación más compleja, ya que para lograr algún beneficio debería delatar a R. Pero de nada le serviría porque eso se convertiría en un bumerán, ya que R forma parte de este juego únicamente por la posición privilegiada que le da la relación familiar y empresarial que tiene con G. Por tanto, G no puede siquiera desmarcarse de R, mucho menos delatarlo. Entonces, solo le quedaría apuntar a un tercer personaje, al señor C, quien era el único que estaba por encima de él. De ese modo se presentaría como un ingenuo operador de órdenes venidas desde arriba o como el cómplice de alguien más poderoso. A diferencia de la situación de R, en la decisión de G no pesarían las consideraciones familiares sino las de carácter político.

Al entrar en la escena C, la tensión entre G y R pasa a segundo plano y se abre un nuevo juego. Este se desarrolla entre G-R como un solo jugador y C como el otro jugador. Por el momento es imposible prever lo que podrá pasar, ya que G-R podría poner por delante su relación familiar empresarial y delatar a C o este acusarlos a ellos. Lo que sí está claro es que, como predice la teoría, se agravará la situación y arrastrará todo el proyecto que los unió y que parecía tan sólido y perfecto. (O)