Se parecen los casos de las caricaturas de Charlie Hebdo, que motivaron la salvaje masacre de París, y el de un mural que presume de blasfemo incluido en una exposición desplegada en el Centro Cultural Metropolitano de Quito. Es que tanto la revista francesa, como la obra de un “colectivo” boliviano son de una calidad ínfima, manifestaciones feas, sin gracia, con un chambón y gratuito afán de provocación... refiriéndome a la publicación francesa, dije yo, lo dije yo, que en mi ciudad, conocida por su sutil humor chulla, no prosperaría algo tan torpe. La exposición pretendía reflexionar “sobre el género como construcción social que determina los comportamientos de los sexos, los usos discriminatorios del lenguaje y las estrategias de poder”, me pregunto qué tiene que ver eso con los obscenos garabatos del titulado “Milagroso altar blasfemo”, cuyos autores, al intentar profanar las gloriosas iglesias quiteñas reviven un anticlericalismo patán, que habrá sorprendido en 1789, pero ya no. Sin embargo, igual que el zopenco semanario galo, tienen derecho a manifestarse.
Lo que sí discuto es que entidades públicas, como el Ilustre Municipio de Quito, auspicien la exhibición de una obra vejatoria para la religión de la inmensísima mayoría de quiteños. Y tampoco si fuese injuriosa contra los adventistas, los islámicos o cualquier otra fe por minúscula que sea la adherencia que tenga en la ciudad. Abomino de la censura, pero otra cosa es el patrocinio oficial, con mis impuestos, de expresiones que razonablemente puedan ser consideradas ofensivas por cualquier grupo o individuo. Si esto se hubiese desplegado en una galería privada, allá cada cual con su mal gusto, pero no en un edificio público. Ahora, esto no tiene dimensión para atacar por ello al alcalde ni funcionarios, una oportuna rectificación basta y, dada la intrascendencia artística de la obra, el asunto se olvidará.
También es preciso hacer notar que, a ningún grupo humano en razón de su “etnia, lugar de nacimiento, edad, sexo, identidad de gé́nero” como dice la Constitución, se lo puede menoscabar de sus derechos. Esa misma ley, en el mismo parágrafo, establece que la religión tampoco puede ser razón para limitar el goce de las garantías legales que amparan a todos. Ya veo el cacareo que se hubiese armado si los ofendidos en el mural de marras hubiesen sido esas otras identidades. Los “colectivos” se habrían movilizado hasta hacer temblar la bóveda celeste. El respeto que ellos, con todo derecho piden, también asiste a los católicos. Eso no quiere decir que haya asuntos, personas o grupos intocables. Una persona puede cuestionarlos, disentir sobre cualquiera de ellos, negar sus argumentos, pero esta discrepancia debe manifestarse en términos no calumniosos, es decir que no pueden atribuirles autoría de delitos, ni insultantes. ¿Y por qué digo insultantes y no, por ejemplo, denigrantes? Insultar etimológicamente significaría “saltar sobre”, de lo que concluyo que viene a ser usar términos que incitan a saltar sobre alguien, es decir que promueven la violencia contra el agraviado. Eso no se puede permitir nunca. (O)