Después de diez años de imposición de la voluntad única, no sorprende que haya muchas personas que duden de la sinceridad de las posiciones de Lenín Moreno. Las más suspicaces llegan a calificar como un tongo a las discrepancias que mantiene con el expresidente. Sostienen que estarían aplicando la estrategia del policía malo y el policía bueno para que el actual gobernante pueda hacer el ajuste que necesita la economía y así allanar el camino para el retorno del anterior. Sin embargo, además de que no queda claro quién interpreta cada uno de los papeles, esas suposiciones pierden piso cuando se considera el grado al que ha llegado el enfrentamiento. El uno calificó a su propio compañero con los términos ofensivos que siempre fueron dirigidos a la oposición (los enemigos, en su jerga belicista). Mediocre y desleal son palabras de calibre muy grueso y pesan mucho más cuando se las dispara contra un amigo. El destape del cuento de la mesa servida, por parte del otro, es una forma sutil de llamarle mentiroso.

Con tanta dureza cuesta creer que hay un acuerdo entre ellos. Más conveniente para todos, para las oposiciones y para Alianza PAIS, es aceptar que no se trata de una simulación ni que hay una estrategia elaborada conjuntamente. La ruptura está ahí y ese es el dato sobre el cual se debe construir el análisis y definir las respectivas posiciones. Las causas que llevaron hasta ese punto se irán conociendo con el tiempo, pero ahora es más importante preguntarse por las consecuencias. Lo que suceda de aquí en adelante dependerá de la manera en que se procese este conflicto. Lo que se haga y lo que se deje de hacer determinará el destino del Gobierno, lo que quiere decir su capacidad de gestión, su relación con la Asamblea, su aceptación por la ciudadanía e incluso su duración. Asimismo, la mayor o menor fortaleza de cada uno de los grupos opositores se derivará de la posición que tomen al respecto y por tanto de su capacidad para interpretar el momento político.

En el lenguaje guerrerista instalado a lo largo de los últimos diez años, esta es la madre de todas las batallas. Aquí se define, para el líder y para el ala dura del fanatismo, la continuación o el fin de su revolución. Lo dijo él cuando afirmó que en la última elección perdió la oposición, pero dudaba de que hubiera triunfado la revolución. Fue su reacción por la instauración de diálogos, por las declaraciones acerca de la libertad de expresión y, sobre todo, por la ausencia de un pronunciamiento presidencial sobre las denuncias que salpican al vicepresidente. Es la visión del juego del todo o nada, ese que exigía fidelidad absoluta, creencia ciega y ocultamiento de la ropa sucia para no perjudicar al proyecto. Esa es la percepción del correísmo duro y con esa guía se moverá. La visión alternativa consistiría en interpretar a este momento como una segunda transición, como el paso de un modelo autoritario a uno democrático. (O)