Muchas veces la publicación de un libro genera una cadena de textos y es lo deseable, que se rieguen las voces de los lectores produciendo cadenas de comunicación. Por eso me uno a la serie de comentarios que producirá la novela Humo, de Gabriela Alemán, en el afán de celebrar los méritos de un texto que le ha significado a su autora un esfuerzo notable, según ella, doce años de escritura.

No podría ser de otra manera: la pieza literaria es de las que no brotan de la mera invención (a veces, los derroches imaginativos son suficientes para levantar un mundo fantasioso), sino que tienen un marco de referencias que proviene de saberes humanos como la historia, la geografía, los idiomas. Todos estos, en este caso. El cuerpo de la novela está construido sobre décadas de hechos sociales y políticos en Paraguay como la Guerra del Chaco, la implacable naturaleza de la zona y las acciones humanas impulsadas por el odio y la destrucción.

En medio de este marco, algunos inmigrantes europeos realizan actos en pro de la salud y el bienestar. Lo digo de la manera más general posible para que el lector realice sus descubrimientos porque estamos, otra vez, frente a una obra que requiere del trabajo de ubicación del orden temporal de los hechos frente a la rebeldía desordenada de la memoria. Basta poner determinados nombres (Biró, Palamazczuk) en Google para comprobar que la autora construye con seres reales a sus personajes.

Cabe advertir que no se encontrarán en la novela historias completas. Vidas abiertas y cerradas luego de cronologías ordenadas. Intencionalmente, los hechos y las personas tienen perfiles imprecisos e inacabados, que es como en la vida conocemos a los seres humanos, siempre en ciertos trazos, en determinados rasgos o periodos. Así, los protagonistas tienen rostro, pero datos medidos sobre sus pasados; llevan a cabo hazañas científicas y aventureras en América Latina y llegan a finales casi desconocidos.

Aprecio, entonces, un tipo de libro de los que significan más de lo que dicen –medida de los mejores libros–, de los que hay que leer con ambición y casi desconfianza, de los que exigen volver a páginas atrás y reajustas las impresiones. En cantidad de ocasiones, el fraseo se apoya en el lado lírico de las palabras sin abandonar su carácter narrativo: “Un grito que flagela el interior del cuarto con su silencio”, “el sonido del agua parece permitir que recuerde” son líneas que refuerzan la sensación de que estamos más que frente a una historia, frente a unas vivencias.

Humo tiene cantidad de aspectos secundarios que sería largo enumerar. Me detengo en el binomio salud-enfermedad que forma parte del núcleo narrativo: la expansión del dolor y de la muerte, como correlato de la guerra también ilustran una capacidad descriptiva elocuente y detallada. Me hacen recordar aquello de que la felicidad produce menos páginas notables que el sufrimiento humano. ¿Compensación de la vida? Tal vez.

Gabriela Alemán ya es un nombre que nos representa internacionalmente, que se mantiene fiel a su trabajo literario desde hace dos décadas y a juzgar por esta última novela, nos hace prefigurar que tiene mucho que contar. (O)