En plural, que no en singular. Que el genérico no nos representa, nos representa una realidad de millones de caras, de experiencias y de vivencias. Nos representa la joven violada a manos de su padrastro cuyo padre biológico dice que no pasa nada porque ya tuvo un arreglo económico con el agresor. Nos representan los miles de jóvenes que en nuestro país son violentadas y abusadas y las que son iniciadas en la vida sexual por padres o padrastros, hermanos o parientes cercanos, que consideran que les hacen un favor sobre todo en ambientes alejados de los medios urbanos o en los barrios muy encerrados en sí mismos, en las habitaciones pequeñas de casas aun más pequeñas, apretadas unas al lado de otras, en los casi inhabitables barrios periféricos donde la pobreza y la politiquería han encontrado como solución construir barrios sin espacios entre las casas, con paredes tambores de todos los ruidos.
Nos representan las que viven y luchan y buscan sustento en medio de lodo, mosquitos y desazón, nos representan las decenas de mujeres asesinadas en nuestro país, en lo que va del año, a manos de quienes prometieron amarlas, protegerlas y cuidarlas.
Nos representan las que luchan por un mundo mejor, se atreven a incursionar en la política para cambiar la manera de hacerla, las que buscan el diálogo, respetan todas las voces, pero son capaces de tomar decisiones que las comprometen y no se someten ciegamente a las órdenes del tutor de turno, cualquiera sea la autoridad en la que se escuda, incluida la religiosa.
Nos representan las que estudian y las que trabajan, las que se quedan en la casa cocinando y hacen de cada comida una fiesta y un encuentro y no se avergüenzan de tener como profesión “amas de casa” (a los chefs masculinos se los alaba, a las chefs domésticas que hacen maravillas con un presupuesto exiguo y hacen de su casa un hogar donde es bueno estar, muchas veces se las considera como minus-válidas sociales e intelectuales).
Nos representan las abogadas y las arquitectas, las matemáticas y las científicas, las médicas y las enfermeras, las maestras y las secretarias, las policías y las militares, las artesanas y las vendedoras ambulantes, las artistas y las costureras, las investigadoras y las escritoras, las poetisas y las bailarinas, las periodistas y las abuelas. Nos representan las niñas, las jóvenes, las adultas y las ancianas, nos representan las que aman y son amadas, las que tienen pasión en todo lo que hacen y hacen del mundo un hogar donde es bueno vivir y estar. Nos representan las indígenas y las cholas, las que tienen medios económicos y las que están en el desamparo, las migrantes, las refugiadas, las trabajadoras de las fábricas, las que rezan y las que caminan por la vida sin apoyarse en ningún dios, las que buscan la justicia, la dignidad y la libertad. Las que están ocultas en una burka y aquellas a quienes le cercenan el clítoris, las que tienen hijos y las que no los tienen, todas y cada una y todas en conjunto estamos recuperando la palabra.
Esa palabra maniatada, detrás de verdades inamovibles respaldadas por siglos de así debe hacerse y este es el lugar que le corresponde a la mujer. Esa palabra, una vez pronunciada es un parto. Esa palabra está alumbrando un mundo nuevo donde nuestra presencia dejó de ser invisible para transformarse a veces en incómoda y casi siempre en realidad transformadora. Aunque el precio a pagar sea alto y nada sea regalado, no hay marcha atrás. (O)