En cualquier tiempo y especialmente en tiempo de campaña política, cuando el verbo de los postulantes y sus adláteres fluye, a veces por la emoción, eufórico y proselitista, considero que está bien que los sujetos receptores de tanta información y manifiestos, postulados y condenaciones, nos preguntemos seriamente: ¿a quién creerle?
Sí: ¿a quién creerle?
Ahora, durante las últimas semanas de la campaña política para la elección de las dos primeras magistraturas de la función Ejecutiva y de todos los integrantes de la función Legislativa, algunos miembros de la ciudadanía convocada a ejercer el sufragio, en importante proporción que puede resultar alarmante para algunos, todavía no han decidido por quiénes votar y otros, que parecían seguros de sus candidatos, empiezan a dudar de si su preselección era la adecuada.
Los medios de comunicación escritos, radiales y televisivos, así como las novedosas redes sociales, presentan noticias que sus destinatarios no siempre alcanzan a creer, comprender y asimilar, pues no es raro que, al poco tiempo de tener seguras a las personas destinatarias de sus votos, una nueva avalancha de información o desinformación los hace dudar.
Por eso, en este tiempo, no pocas personas se preguntan o inquieren a otras: ¿a quién creerle, para decidir mi voto?
Sí: ¿quién dice la verdad, toda la verdad y no solamente una parte de ella? ¿Hay algo que no nos dicen? ¿Faltan revelaciones que pueden echar al traste las selecciones preliminares de candidatos que hemos hecho, considerando los antecedentes y las investigaciones personales que hayamos realizado?
Sí: ¿a quién creerle?
La credibilidad que se otorga a una persona proviene de la confianza que se le tenga.
Así es: a más confianza, más credibilidad.
Así como los pequeños confían y creen a sus progenitores, hasta que descubren que les han engañado o mentido.
Este aspecto de las relaciones humanas no es poca cosa, ni despreciable en absoluto, pues la disposición para creer o no que son verdaderas las palabras de una persona está directamente relacionada, a mi parecer, con la experiencia de las relaciones previas con ella.
Así: la historia de las relaciones interpersonales, no solamente de encuentros sino también de desencuentros, permite colegir si se puede confiar o no, salvo que nos encontremos frente a una persona “encantadora de serpientes”, que seduce y conquista.
No obstante puede haber casos en que habiendo habido desencantos, por una actuación indebida o inconveniente, el arrepentimiento, la enmienda y la corrección podrían devolver la confianza, aunque la relación no sea igual que antes.
Así que, en este tiempo de campaña política, debemos preguntarnos antes de votar: ¿a quién creerle?, ¿por qué sí? o ¿por qué no?
Considero que así votaríamos con honor, como ciudadanos graduados en civismo, según el dictado de nuestra recta conciencia, libre de influencias nocivas, creyéndoles a quienes merezcan nuestra cívica confianza.
Si nos engañan, recordemos que podemos usar la revocatoria del mandato, cuando la establece la ley.
¿Hay que creerles para votar? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)