Edward Munch contó cómo había nacido en su mente la famosa pintura llamada El grito: “Iba por la calle con dos amigos cuando se puso el sol, el cielo se tornó rojo sangre, percibí un estremecimiento de tristeza, un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando, yo me quedé allí, temblando de miedo. Oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”.
Puedo imaginar a María Verónica León recordando aquel alarido frente a los elementos vitales que son el agua y el oro. Años atrás se dejó fascinar por los espejos acuáticos en los que se mira Venecia, pero después recordó el oro que los españoles fueron a buscar en América, los ríos actualmente contaminados por el petróleo. El objetivo primordial de la conquista española y portuguesa consistió en la explotación de metales preciosos para colocarlos en el mercado europeo, lo de la cruzada cristiana fue mero pretexto. María Verónica recordó de igual manera el oro que usan los multimillonarios de Dubái para enchapar su Ferrari o su Lamborghini, sabe que llegará el momento en que se podrá en el planeta conseguir gasolina pero no más agua sino a precios exorbitantes. Ambos elementos, agua y oro, mezclados por la artista, como el panadero amasa el pan nuestro de cada día, envolverán extrañas máscaras cansadas de su inexpresivo pasado. Aquellas máscaras clamarán su angustia fruto del pasado, temor al futuro. Nuestra artista ecuatoriana es inquieta, incapaz de enmarcarse en un movimiento determinado, se desafía cada día frente a los materiales más diversos. Su alma cosmopolita conoce las noches áureas de París, ciudad donde reside, las aguas que amenazan a su amada Venecia. Es posible que recuerde a Thomas Mann y la muerte en Venecia escuchando el adagietto que Mahler puso en su quinta sinfonía.
María Verónica es también retratista, como tal busca extraer lo que esconde la envoltura de sus modelos, pues la pintura muchas veces sabe más que la fotografía (tenemos fotos de Monet, Renoir, Toulouse Lautrec, no necesitamos ninguna de Rembrandt pues tenemos 90 de sus autorretratos, ni de Van Gogh del que tenemos 30). Aprendí mucho de los retratos que me hicieron Humberto Moré y Christian Mera aquí en Ecuador.
María Verónica tuvo su propio pabellón en la Bienal de Venecia; su obsesión por las formas que se mueven, tanto en la naturaleza como en el ser humano, marcan las etapas de su creatividad, así como la cábala, misterio que encierran números o letras. Fue hace poco invitada a exponer sus obras en el Museo de Arte Contemporáneo de Roma. La prensa italiana ha destacado ampliamente aquel evento. El arte es obra, obra es trabajo, resultado de una larga maduración la que puede excepcionalmente expresarse en cuestión de segundos. El anillo matrimonial de oro evoca eternidad. En el amor o en el arte se llama alquimia, magia, anhelo quimérico de eternizar el instante. María Verónica es más conocida en Europa que en su propia tierra. (O)