La historia de la humanidad está llena de ejemplos que nos demuestran cómo los líderes se han hecho no en los momentos más prósperos y acomodados, sino justo cuando los pueblos pasan por situaciones adversas. Un líder es siempre aquel que compagina simultáneamente la empatía de la colectividad con la voz de mando precisa y certera, especificando lo que debe hacerse para superar los momentos difíciles que todas las naciones pasan de manera esporádica e inevitable.

Un ejemplo cercano de ello es el rol que jugó el Arq. Sixto Durán-Ballén durante los momentos más críticos de su administración presidencial. Sin conocerlo personalmente, mantengo ciertas discrepancias políticas con él, al igual que muchas discrepancias en el ámbito arquitectónico. Sin embargo, ello no me impide reconocer el liderazgo que tuvo en los tiempos de La Josefina y durante el conflicto armado del Cenepa. En ninguna de aquellas ocasiones oímos que Sixto pretendiera pintarnos la cruda realidad con tonos más alegres. Se nos dijo desde el principio las dificultades que pasaríamos y los esfuerzos que todos debíamos enfrentar para que –como país– lográramos sobreponernos. Confesar las duras adversidades no debilitó a Durán-Ballén como líder. Al contrario, lo fortaleció, al punto de lograr el apoyo de los expresidentes, quienes dejaron a un lado sus diferencias ideológicas y personales para reunirse con él en Carondelet y así mostrarle su respaldo.

Ejemplos como este existen en abundancia. Los líderes se forman y se fortalecen al enfrentar los tiempos de crisis. Incluso el presente Gobierno tuvo su momento de liderazgo, durante la crisis económica mundial del 2008, causada por el colapso de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos.

Ocurre todo lo contrario cuando los dirigentes pretenden camuflar la realidad. Un líder que no llama a las cosas por su nombre produce desconfianza, pues querer tapar el sol con un dedo se entiende como producto de la inseguridad o de la soberbia. Por eso, decepciona que en la actualidad el presidente de la República se dedique ahora a negar contundentemente la crisis que vivimos, como si la situación nacional pudiera cambiar con el poder de su palabra, o por impulsar un ejercicio de psicología neurolingüística, a escala nacional.

Pongamos un ejemplo crítico de las consecuencias del presente estado de negación: la economía de la región Oriental depende en gran parte de la explotación petrolera. Varios medios han expresado su preocupación por el decaimiento de ciudades como Nueva Loja y Puerto Francisco de Orellana. Si esta actividad se viera reducida a niveles críticos, corremos el riesgo de que actividades económicas alternativas de orden ilícito entren a suplantar el espacio que va dejando el encogimiento del sector petrolero. Aquel nicho podría resultar llamativo para actividades como el narcotráfico y sus peligrosas ramificaciones. Deben entonces planificarse alternativas que permitan sostener las actividades en nuestra Amazonía, de manera legítima e inmediata.

Queda claro que el Ecuador está en crisis, y si no se hace algo al respecto, el escenario puede agravarse. Necesitamos líderes que públicamente tomen el toro por los cuernos y enfrenten la realidad, para lograr cambios positivos que nos enrumben a mejores condiciones. (O)