Las piezas de dominó que van cayendo en rápida sucesión ha sido una de las imágenes más utilizadas para referirse a los efectos de las elecciones argentinas y venezolanas. La consecuencia inevitable, según esas visiones, serían las futuras derrotas electorales del correísmo en Ecuador y el evismo en Bolivia, además del fin casi inmediato del gobierno de Dilma en Brasil. En síntesis, sería el principio del fin del socialismo del siglo XXI. La causa última sería el agotamiento del modelo económico basado en la exportación de bienes primarios y en la centralidad del Estado.

No deja de ser atractiva la explicación, especialmente cuando el frenazo de la economía china ha reducido al mínimo la disponibilidad de recursos financieros y ha demostrado que la mayor parte de esos gobiernos nunca tuvieron otra política que no fuera sentarse a recibir las rentas. El desastre venezolano es el espejo en el que ninguno de los otros quisiera reflejarse, pero que está ahí como testimonio del fracaso. Ciertamente, es poco probable que los demás sigan el mismo camino, pero sí constituye una advertencia de las dimensiones que puede alcanzar la capacidad destructiva de la mediocridad humana.

Por el momento, se puede asegurar que en Argentina concluyó la época K, lo que no significa el final del peronismo. Como lo ha hecho innumerables veces, este fenómeno político deberá reinventarse una vez más, como fuerza de izquierda o de derecha, siempre dentro de la indefinición ideológica que le permite copar el panorama político. En Venezuela el final del chavismo será más prolongado y seguramente estará cargado de una violencia alimentada desde las altas esferas. La acción fiscalizadora de la nueva asamblea dibuja un escenario de terror para quienes tienen esqueletos ocultos en los armarios. No se van a someter mansamente a las normas democráticas.

El Ecuador constituye una gran incógnita. Múltiples y complejos caminos se abren por la combinación de una situación económica insostenible con la ausencia del caudillo en la contienda electoral y con la oposición fragmentada. La reacción ciudadana frente al deterioro de las condiciones de vida puede manifestarse en forma de rechazo a cualquier candidato de AP, pero también como apoyo a tendencias (más) autoritarias. Los pedidos de mano dura acompañan siempre a los momentos de ajuste y este no tendría por qué ser la excepción. Por su parte, cualquier candidato oficialista nacerá con debilidad congénita y será incapaz de aglutinar todos los retazos que conforman las filas correístas. Por ese lado hay más incertidumbres que certezas. Finalmente, la cantidad de generales sin tropa que pueblan la otra orilla impedirá el surgimiento de una candidatura fuerte y mucho menos de listas conjuntas para la asamblea (que sería la única opción para evitar las distorsiones del sistema electoral).

Dos cosas son seguras en ese panorama. Primera, que en mayo de 2017 se inaugurará un periodo muy parecido al vivido desde mediados de los años noventa hasta el 2007. Segunda, que el fin de la revolución ciudadana no tendrá el carácter épico con que se la pinta los sábados. (O)