La expresión “retorno de lo reprimido” fue acuñada por Sigmund Freud para designar que aquello que reprimimos, es decir que eliminamos de nuestra memoria y conciencia porque nos afecta o no queremos saber de aquello, tiende a regresar y a tornarse nuevamente consciente a través de los sueños, síntomas neuróticos, lapsus, actos fallidos, fantasías, chistes y el habla cotidiana en general. Cada vez que hablamos, estamos sujetos a la posibilidad del retorno de lo reprimido. Aunque es una instancia normal en la vida ordinaria de todos los seres hablantes y aparece en cada sujeto en particular, existe un fenómeno colectivo, político y explosivo en el presente que guarda una analogía con el mecanismo descrito por Freud: la migración masiva de seres hablantes desde los países pobres hacia los más ricos del planeta.
Si el papa Francisco dijo que “el mar Mediterráneo es el cementerio de Europa”, con ello sugirió que el colonialismo de las grandes potencias europeas en los siglos anteriores tiene responsabilidad histórica por los naufragios de las pequeñas embarcaciones que llevan migrantes ilegales desde África y Siria. Durante muchos años los europeos conquistaron, dominaron, impusieron sus lenguas y explotaron las riquezas naturales de muchas regiones en tres continentes. Solamente en la segunda mitad del siglo XX se retiraron completamente después de haberse saciado, y cedieron a los movimientos independentistas. Pero su paso por esas naciones dejó marcas, no solamente culturales, sino atróficas para sus posibilidades de construir verdaderas democracias: no es raro que esos países sistemáticamente elijan y soporten tiranías duraderas, repitiendo el esquema colonizador con déspotas propios.
La inestabilidad política y económica de esos países ha eclosionado en guerras civiles y violencia social, causando el recurrente fenómeno de las migraciones masivas hacia los países más ricos. A Europa y a Norteamérica les retorna aquello de lo que desprendieron hace décadas o siglos, y de lo que hoy ya no quieren saber ni asumir responsabilidad. Los reprimidos de antes les regresan buscando trabajo, educación, salud y paz: son los migrantes legales o los que se apiñan en trenes mortales o naves diminutas cruzando los mares. Ante la escalada del fenómeno, los antiguos colonizadores responden de distintas maneras: desde la acogida inicial caritativa, hasta los discursos gobernantes fastidiados con esa “plaga” como el de David Cameron, o las “trumpecilidades” de un millonario norteamericano que quiere la presidencia, y los cínicos comentarios de sus políticos conservadores que acusan a los migrantes de “codicia”.
El Ecuador también es protagonista como productor y receptor. Nuestro fracaso nacional causó un flujo constante, en décadas pasadas, hacia Estados Unidos, Italia y España, hoy disminuida porque la misma España se volvió exportador de migrantes hacia Escandinavia y... el Ecuador. El espejismo petrolero nos convirtió en anfitrión de cientos de miles de extranjeros, gracias a una política gubernamental bonachona, indefinida y contradictoria. Esta afluencia de foráneos se suma a la vieja diáspora de indígenas y campesinos ecuatorianos hacia nuestras grandes ciudades, en ausencia de políticas efectivas para su desarrollo. Entonces, a nuestros gobernantes y a nosotros, mestizos burgueses, también nos regresan localmente aquellos que seguimos reprimiendo desde hace siglos en estas tierras, aunque ahora lo hacemos en el nombre de la “estabilidad democrática”. (O)