Consideramos que la responsabilidad de un acto está en directa relación con la voluntad del actor de realizarlo. Alguien merece castigo por algo si tuvo la intención de hacerlo. O merece un premio por una acción si la hizo por su voluntad. Los verbos y locuciones verbales que hemos utilizado, tener la intención, tener la voluntad, querer, implican libertad por parte del sujeto, es decir que no hay una fuerza invencible que lo obligue a realizarlo. El “sentido común” de los pueblos adscritos a la cultura occidental parecería compartir estas ideas. Los códigos jurídicos de todos los estados occidentales aceptan este punto de vista, aunque en la actualidad, por la gravitación universal de esta cultura, prácticamente en todo el mundo las leyes recogen este criterio.
Pero ya en la vida cotidiana, la gente no piensa así. Es excepcional que alguien acepte la responsabilidad de sus hechos, con demasiada frecuencia habrá otro sujeto o una situación a la cual se atribuye haber influido para que hayamos actuado inevitablemente de cierta manera. La visita a una cárcel, si damos crédito a lo que dicen los reclusos, deja la impresión de que los penales están llenos de inocentes. Además, la mayoría de la humanidad considera que sus vidas y la marcha del mundo están regidas por el destino, la voluntad divina, el karma, la dialéctica histórica, la genética o, como estas explicaciones resultan un poco mecánicas frente a la rica determinación de la realidad, ahora hablan de la “cuántica”, sin que acierten a explicar qué es lo que esta significa. Lo cierto es que siempre hay entidades físicas o metafísicas a las que se puede atribuir el cómo actuamos y que nos libran de la responsabilidad consecuente.
Los estoicos, entre otras importantes escuelas filosóficas, desarrollaron ideas negadoras de la libertad. Claro que no creían en un determinismo simplista, por eso para evitar la consecuencia real de esta idea, que es hacer irresponsables a los seres humanos, desarrollaron ingeniosas argumentaciones que compatibilizan la responsabilidad con la predeterminación. El griego Crisipo de Solos, por ejemplo, decía que una afirmación sobre un hecho futuro solo puede ser verdadera o falsa. La verdad no puede transformarse en mentira ni viceversa. Entonces, el hecho futuro será de una sola manera. Pero como no sabemos cuál será la forma determinada del porvenir, tenemos libertad de elegir nuestra conducta, aunque esa elección siempre nos lleve a cumplir lo que estuvo previamente establecido. Las doctrinas deterministas llevan, tarde o temprano, a la aparición de caudillos o grupos que consideran que conocen cómo será el porvenir y tratan de adelantarlo o coadyuvarlo. Y como consideran a la libertad como una ilusión, el respetarla no es asunto que les preocupe demasiado. No se puede querer lo que no se cree. Por lo general esas mismas personas consideran que los delincuentes son, en el fondo, inocentes que delinquieron obligados por circunstancias invencibles. No vamos a rebatir estos absurdos, que se encargue de ello Aristóteles, cuyas obras se convierten en lectura obligatoria. (O)