Guayaquil una vez más iba a ser vulnerada por la tragedia y las secuelas originadas por el fuego y la destrucción. Es un capítulo de la historia contemporánea de nuestra ciudad, que para quienes nos tocó vivirlo recordamos con respeto, debido a que la paz de los guayaquileños fue violentada por la emergencia que se produjo mientras la ciudad dormía.
Ocurrió a la 01:00 del miércoles 10 de marzo de 1976. Mi padre, el coronel Gabriel Gómez Sánchez, tomó posesión el día 8 como primer jefe del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, ante el gobernador de la provincia, doctor Alfonso Trujillo Bustamante, en representación del Consejo Supremo de Gobierno.
El 9 de marzo mi padre convocó a sus colaboradores en casa a las 19:00 hasta las 23:30, con presupuesto e inventarios, con la consigna de que proseguirían al siguiente día.
La misión que se había trazado era repotenciar la institución, que sufría embates de indiferencias de la burocracia y centralismo, y para conseguir que el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil se autofinanciara, y lo logró.
En el campo le sorteó el número “premiado”, hubo sucesivas explosiones masivas en la planta de almacenamiento de Shell Gas, al sur de la urbe; dantesca emergencia.
Con su equipo de colaboradores, estaban recién llegados, lo que se les hacía más difícil el escenario, era que ni él ni sus compañeros conocían las limitantes de los equipos que habían recibido; recién trabajaron en los inventarios y la recepción de las cuentas muy pocas horas antes de la explosión. Guayaquil (históricamente famosa por los incendios en el pasado) volvió a su normalidad después de prolongadas horas de combate, por un grupo de gente aguerrida.(O)
Ricardo Gómez Bejarano, consultor de Seguridad, Guayaquil