Leer Mapa dibujado por un espía, la obra recién publicada de Guillermo Cabrera Infante, puede dejarlo sin dormir un par de semanas. La primera semana, las noches se le irán mientras lee el libro. En la segunda, las pesadillas que suscita le robarán el sosiego necesario para conciliar el sueño, porque las situaciones le serán cada vez más conocidas. El escritor cubano murió en el 2005, exiliado en Londres. Su intención era reformar el manuscrito, redactado aparentemente en 1968, pero nunca tuvo tiempo para hacerlo y el editor lo publicó como lo encontró. Se trata de las memorias de un tiempo muy corto, del 1 de junio al 3 de octubre de 1965.

La trama es sencillamente escalofriante o, más bien, escalofriantemente sencilla. Al novelista, que desempeña un cargo diplomático en Bélgica, le comunican que su madre está gravemente enferma en Cuba. Llega cuando la mujer ha fallecido. Piensa volver a Europa a los pocos días, llevándose consigo a sus hijas de un primer matrimonio. Cuando está por abordar el avión de regreso, le comunican que no puede embarcarse sin hablar con el ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa. Pero el funcionario no lo recibe jamás. Día a día se hace evidente que no le van a permitir a Cabrera Infante abandonar el país. Inicialmente un decidido revolucionario, rápidamente chocó con el carácter represivo de la dictadura castrista. Optó por el servicio exterior, pero allí también comenzó a tener problemas. Los días que pasa en la isla caribeña se desenvuelven entre las constataciones de la gigantesca estafa que constituye “la Revolución” y el pavor de quedarse para siempre en ese presidio demente en el que han transformado a la “Perla de las Antillas”. Al final, en un espeluznante suspenso, consigue irse con sus niñas, sin estar seguro de su suerte hasta que el avión se ha alejado lo suficiente. Demasiado bien escrito este “borrador”, delata al genio narrativo.

La persecución a los homosexuales, la escasez de productos que antes Cuba exportaba (no se tragaba el cuento del bloqueo), los pésimos servicios públicos, la censura artística y cultural; más que nada el miedo permanente, la vigilancia omnipresente de los Comités de Defensa de la Revolución, de los agentes del servicio secreto, de los esbirros, de los fanáticos; en un marco de propaganda ininterrumpida, en la amada La Habana en ruinas; bajo la égida de un matón intemperante y obcecado, embarcado en fantasías estúpidas; todo esto crea un ambiente de terror totalitario, que las más atrevidas y logradas novelas distópicas no han conseguido pintar. Hay dos frases que se repiten como estribillo en los diálogos del libro: “Así estamos”, expresión del conformismo, y “ya tú sabes”, manifestación del miedo. Por lo bajo Nicolás Guillén, el famoso poeta comunista, le dice al autor: “¡Este tipo es peor que Stalin! Por lo menos Stalin está muerto, pero este va a vivir cincuenta años más y nos va a enterrar a todos”. Qué horrible manera de tener razón... ¿Solo en Cuba?