El efímero debate social por ‘Lunes Sexy’ y ‘Nalgómetro’ puso al Ecuador en el túnel del tiempo. Regresamos a los años 60, donde la noción de “objeto” estaba ideológicamente satanizada y la de “sujeto” sobrestimada. Volvimos a escuchar el clamor femenino: “Yo no quiero ser tratada como un objeto sexual”. Solo faltó una hoguera de sostenes (porque la imagen del Che Guevara ya es de cualquiera) para completar nuestra versión criolla de universidad californiana en 1968. La única novedad: ahora la semiótica, el seudofeminismo oportunista y algún sector del discurso de género sirven a supuestas reivindicaciones, ignorantes de que detrás de ellas anidan ambiciones ajenas y más hegemónicas.
Primero tenemos el falso problema, como decía el psicoanalista Néstor A. Braunstein, de la falsa oposición entre “sujeto” y “objeto” en las llamadas ciencias sociales, incluyendo la semiótica. Si los seres hablantes reflexionan sobre sí mismos, en torno a su vida mental, sus relaciones afectivas y familiares, sus organizaciones sociales y económicas, y su uso de los signos y los símbolos, para transformar esas reflexiones en las diversas ciencias sociales, ello los convierte al mismo tiempo en sujetos y objetos de tales investigaciones. No hay una frontera rígida y bien delimitada entre la posición de sujeto y objeto en el campo social, existe más bien una continuidad moebiana, es decir, reversible entre ambas posiciones.
La semiótica, como disciplina que estudia los sistemas de signos, su generación y su sentido en contextos sociales y lingüísticos específicos, no es un saber dirimente para dictaminar “lo que está bien”. Moebianamente, sus autores hacen la semiótica, y esta hace a sus autores: aquellos que nunca pretenderían ser considerados como únicos, oficiales o definitivos. Por tanto, la semiótica no se presta para prescripciones sentenciosas, sobre todo en asuntos relativos a la estética o a la moral pública. Además, los seres hablantes habitamos el mundo del significante más que el del signo: estamos más “sujetos” al equívoco que a la univocidad.
La noción de “sujeto” no connota independencia y soberanía sobre nosotros mismos; al contrario, indica que nacemos “sujetados” a las estructuras que nos preceden: lenguaje, familia, sociedad, civilización, economía, política y cultura. La noción de “objeto” tampoco tiene connotación peyorativa; solo señala que todo sujeto (hombre o mujer) puede funcionar como objeto (amoroso, sexual, de identificación, deseo y goce) para alguien de manera contingente, haciendo posible el encuentro amoroso y sexual entre hombre y mujer, o entre dos sujetos-objetos del mismo sexo. Aquellas personas (hombres o mujeres) que sobrevaloran de manera ideológica o fóbica su condición de “sujeto” y que repudian convertirse en “objeto sexual” para otra persona, se excluyen a sí mismas de cualquier relación amorosa o sexual.
En la sexualidad, aquello que algunos llaman “cosificación” como equivalente de un sometimiento denigrante de cualquier semejante y su reducción a objeto de abyección, solo se encuentra en las prácticas más perversas e infrecuentes. Dicha “cosificación” es más habitual en las prácticas políticas, empezando por el hecho de que sus agentes manejan la perversa y degradante equivalencia “sujeto = voto”. En lugar de malversar creatividad y saber realizando o analizando el “Nalgómetro”, produzcamos cosas enriquecedoras e inteligentes para todos los ecuatorianos.