Pululando entre las reflexiones y discusiones que ha generado en Twitter el amoroso concepto del nuevo comercial turístico de Ecuador, me encontré con una propuesta que habla sobre lo opuesto: la violencia. Una campaña generada por Asoguayas en conjunto con los clubes de fútbol de la provincia, que propone la inhabilitación de un asiento en el estadio por cada víctima de la violencia deportiva, poniendo en su lugar una butaca blanca conmemorativa en la que se lea el nombre del fallecido, su fecha de deceso y un texto en el que se indique que su muerte fue producto de un acto violento en el fútbol.

El primer club en aplicar esta iniciativa fue Emelec, develando las sillas de Carlitos Cedeño y César Mayorga, hinchas de ese equipo que fallecieron por causas violentas vinculadas a estos eventos deportivos.

Generar un cambio de comportamiento en este aspecto es un problema difícil de abordar desde el punto de vista de la comunicación, es un desafío complejo que debe contemplar una mirada sistémica de los tejidos y sentidos sociales.

El fútbol en nuestros países es más que un espectáculo público de entretenimiento, permite la posibilidad de reconocer una pertenencia, de establecer vínculos emocionales con una causa, y se transforma, en cierta manera, en el nuevo “opio del pueblo”, el escape de una realidad dura, de la falta de esperanza, la posibilidad de la exaltación del triunfalismo, de sentirse ganador en algo, pero también de perder y vivir la frustración.

Eduardo Galeano escribió que le parecía asombroso que los textos de historia contemporánea ignoraran al fútbol, siendo este un signo primordial de identidad colectiva “juego, luego soy”.

Si revisamos el fenómeno social y cultural que se produce en los estadios, encontraremos una serie de síntomas que evidencian claramente las posibilidades de violencia, empezando por la misma denominación explícita de “barras bravas”, barras que se definen como identidad, donde la provocación no se oculta, por el contrario, se exhibe para ser temido, identificado por los pares, todo eso acompañado generalmente de cánticos compuestos con letras agresivas y desafiantes, en un espacio con cierto hechizo, donde hasta las personas más correctas se transforman a través de la experiencia masiva de la enajenación.

Académicos, como Humberto Maturana, plantean que la violencia es cultural, aprendida, que es un modo de convivir, un estilo relacional entre los seres humanos y no una cuestión biológica. Partiendo desde ahí, se abren posibilidades más optimistas para trabajar este fenómeno.

En todo el mundo se han hecho campañas para prevenir la violencia en el fútbol, y los resultados no han sido los esperados, por eso acciones como el “Asiento Eterno”, de Asoguayas, que pueden abrir otros frentes para la discusión, son siempre bienvenidas.

Como hinchas criticamos y exigimos a los jugadores que cambien su mentalidad para ganar, ahora es momento de cambiar la nuestra, para poder disfrutar y compartir con la misma pasión, pero a la vez con seguridad, de una de las más puras fuentes de alegrías. Así ganamos todos.