Sucede que en los infaltables malentendidos de tránsito, ya varias veces me han llamado “¡viejo, hijue’tal!”. El gruesísimo denuesto no provoca mi reacción, sino el epíteto: “¡cuál viejoff!”, respondo indignado. Los insultos nos molestan solo en la medida en que son ciertos, como la otra injuria es forzosamente falsa y se ha transformado, desgraciadamente, en una interjección sin sentido en el habla corriente de nuestras ciudades, no me llega. En cambio, estoy en la incómoda situación que se suele definir diciendo “voy para viejo”, aunque quizá ya lo soy y asumo tal posición para escribir este artículo.
Ha sido la norma que los viejos se escandalicen por las actitudes de la generación que viene detrás. Pero trágicamente los jóvenes de hoy, especialmente los ecuatorianos, no escandalizan, sino que decepcionan. Era deseable que saliesen a defender la libertad de expresión en las cruciales batallas que se han dado en estos años, pero entiendo por qué no lo hicieron, era difícil desintoxicarse del coctel que les dieron haciéndoles creer que los malos de la película son los medios. En cambio, estaba seguro de que el expolio del Yasuní movería grupos significativos, que provocaría una amplia marea de rechazo, que hubiese suscitado debates, eventos, manifestaciones. Se suponía que eran defensores de la naturaleza, de los animales, de las culturas prístinas. Nada. Veo una diminuta marcha que camina rodeando el Ministerio del Ambiente (¿así se llama?), pito para respaldarlos al tiempo que aminoro un poco la velocidad, el conductor que viene detrás mío también pita, pero para que yo acelere... Dos días después me encuentro en un tremendo atasco de tránsito, al cabo de veinte minutos me doy cuenta de que se debe a que una marcha, mayor que la anterior, obstaculiza la vía y pretende que todos los vehículos rueden a su ritmo. Permiten que circule una fila lenta a su lado a condición de que piten. Este viejo barbón, con cara de amargado, pasa sin hacer caso, un mozalbete golpea con la mano abierta en la ventana: “¡Pita, uruguayo!”, me increpa. Algo está mal, la juventud, jaguar indomeñable, domesticado con fútbol y reggaetón.
Cierto es que en España, en Chile y en algún otro país se han visto asonadas de muchachos, pero ha sido decepcionante verlos esgrimir consignas de anteayer, para luego disolverse como mancha de aceite en mar picado. Claro que hay excepciones, sé de miles de casos de chicos maravillosos, inteligentes, bien formados, con verdadera hambre de futuro, con ilusiones, que quieren pensar por sí mismos, que no han caído en la esterilidad del consumismo, cuya aspiración profesional va más allá del cargo público, que sintiéndose pueblo saben que no son masa, que entienden que el mundo nuevo saldrá de intentar lo inédito, no de adaptar lo ya fracasado,... penosamente no están articulados, su pensamiento no está estructurado, no veo líderes en capacidad de dirigirlos. Tiempos miserables, sin pensadores de talla, sin grandes estadistas. Años de mercachifles y saltimbanquis devenidos en ideólogos y dirigentes.