Nuestra madre murió de 93 años, pocos días después de que fuera a votar en las elecciones uruguayas para elegir presidente. Quería que ganara el Frente Amplio, no quería que se diera una segunda vuelta y cada voto contaba. Así que se presentó en los recintos electorales. Nos decía, ella fue la primera mujer que votó en Uruguay. Solo fue un año a la escuela y en un año recorrió tres grados porque había aprendido a escribir y a leer sola: la mayor de siete hermanos, muy chica tuvo que hacerse cargo de todos los que la seguían, al quedarse sin su madre. Se casó con mi padre cuando tenía 18 años, siendo ella obrera en una fábrica de jabones y papá, de metalúrgica. Era una apasionada lectora y me sorprendía cuando iba a verla, pues tenía como libro de cabecera la Ilíada. A más de 15 años de su partida de este mundo, mi hermana gemela abrió una caja que le había entregado y encontró unos poemas que había escrito...
Supimos de sus habilidades como escritora cuando nos enteramos bastante después de que sucediera, no hablaba mucho de ella misma ni de lo que hacía casi a escondidas, que ganó un premio en un concurso de cuentos realizado por un diario local. Su cuento se llamaba El amor no se ahogó en la sopa.
Apremiada continuamente por lo económico y el día a día y sus desafíos de llevar la comida a la boca, tuvo tiempo para hacer rimas de sus pensamientos más allá del aquí y ahora inmediato. Se trascendió a sí misma sin dejarse aprisionar por lo cotidiano. Esa fue su fuerza. Copio algo de ese tesoro encontrado en una mujer como muchas mujeres de sectores populares, a veces no valoradas en sus sentimientos más profundos.
Siempre vuelvo en arroró
Arrorró mi niña, arrorró mi sol./ Así cantaba mi madre cuando de su amor llegué./ Arroró mis niñas, arroró mis soles./ Así cantaba mi voz cuando mis niñas llegaron./ Arroró mi niño, arroró mi sol./ Sigo cantando, cantando, a cada niño que llega/ brote de mi corazón.
Y mientras una gotita de mi sabia esté presente en algún niño al llegar, siempre, siempre en todo tiempo le cantaré mi arrorró.
Y cuando ya ni el recuerdo de mi paso quede aquí,/ al llegar un niño mío, alguna estrella en el cielo/ le cantará mi arroró.
Violetas y rosas
A lo largo del camino/ sembré violetas y rosas/ las rosas las vieron todos/ las violetas, solo yo./ Cuando una mano atrevida/ alguna rosa cortó,/ una espinita escondida/ en sus dedos se clavó./ Cuando una mano muy tierna/ una violeta arrancó,/ ella tímida y temblando esa mano perfumó.
Temo
¿Que si le temo a la muerte?/ ¡Claro que sí, que le temo!/ Temo que llegue de prisa.
Y que en mis manos crispadas/ quede trunca una caricia.
O que en mi boca reseca/ quede aleteando un beso.
Claro que sí, que le temo./ Temo que llegue de prisa...
Pero si llega despacio/ llevándose todo esto que soy.../ también le temo mi amor.
Pues si solo en un instante/ paso del ser al no ser.../ pasarlo me causa horror.
Irme marchando de a poco/ también me causa temor.
Temo que llegue de prisa./ Temo que llegue muy lenta./ Por el camino que elija/ siempre dejará en mis manos/ caricias y abrazos que dar.