Opinión internacional
Con bombos y platillos, el gobierno venezolano anunció la semana pasada que aceptaba la petición de asilo que presentó el agente de la CIA Edward Snowden, desde la zona de tránsito del aeropuerto moscovita de Sheremétievo, donde se refugió el 23 de junio para escapar de la orden de captura que emitió Estados Unidos en su contra por ventilar un programa de espionaje masivo de las comunicaciones internacionales, un secreto que Washington denuncia como una amenaza a su seguridad nacional, aunque sean ellos quienes violentan la privacidad soberana del resto del mundo.
“¿Qué sabrá el joven Snowden que ha ocasionado la locura histérica de la élite que gobierna Estados Unidos?”, se pregunta Nicolás Maduro desde el palacio presidencial de Miraflores en Caracas, mientras Rusia intenta gestionar un corredor aéreo de países que acepten abrir el paso al espía estadounidense para que llegue a Venezuela, Bolivia o Nicaragua, las únicas naciones que accedieron a recibirlo sin restricciones a su libertad para divulgar cómo opera la infiltración estadounidense.
Mientras Vladimir Putin tiene un interés inmediato en despresurizar la crisis para garantizar la asistencia en términos amistosos de Barack Obama a la Cumbre del G-20, que se celebrará en San Petesburgo el 5 y 6 de septiembre, los países ALBA encuentran en la osadía de Snowden una oportunidad sexy y escandalosa para desafiar a la Casa Blanca en el terreno que más le duele después del 11 de septiembre del 2001: inteligencia antiterrorista y seguridad nacional.
¿Pero qué pasaría si Snowden fuese venezolano, cubano, ecuatoriano, nicaragüense o boliviano? Si hubiese sido compatriota del “comandante supremo” Hugo Chávez, la justicia venezolana seguramente le aplicaría los artículos que sancionan el delito de traición a la patria según el Código Penal: entre 5 a 30 años de prisión, más incontables horas de condena propagandística en los medios oficiales, persecución a sus familiares y confiscación de todos sus bienes.
En medio de la defensa a la libertad de expresión en internet y al respeto a la privacidad ciudadana en las plataformas digitales que hace Snowden en la entrevista publicada por el diario The Guardian el mes pasado, a Maduro se le escapa una infidencia que aparentemente pasa desapercibida: “Tengo un seguimiento al pelo de cada dirigente político de la derecha venezolana (…) Hay que verlos llamar desesperaditos a la embajada gringa”. Es decir, la revolución bolivariana también nos graba.
A estas alturas, no sorprende que Maduro tire al traste las gestiones para recomponer las relaciones con Estados Unidos, al menos hasta un nivel que le permita insuflar oxígeno al nuevo mecanismo de distribución de divisas a través de subastas de dólares que se activó en febrero y que aún no ha repartido ni medio a empresas ni particulares dentro de Venezuela. Lo que resulta incomprensible es que el presidente venezolano defienda con aquel ahínco a un hombre que denuncia el espionaje estadounidense, sin haberle explicado a Venezuela después de dos meses cómo es que de pronto aparece un audio en el que el presentador estrella del oficialismo, Mario Silva, le entrega un análisis del enjambre político nacional al G-2 cubano, a cambio de que ellos intercedan ante el heredero de Chávez y lo convenzan de escuchar el clamor de las bases chavistas.
En la grabación, que parece haber sido hecha y entregada a la oposición por los mismos asesores cubanos con los que conversa, Silva les pide recomendar a Maduro que no separe su figura del Partido Socialista Unido de Venezuela; que purgue a los oportunistas disfrazados de revolucionarios que dilapidan las arcas del Estado; y que no caiga en el error de convertir a artistas de televisión, bendecidos con una fama que no ha sido labrada a fuerza de convicción ideológica ni trabajo social, en pivotes de la revolución como lo hizo durante su campaña para las elecciones presidenciales del 14 de abril.
Más aún, casi conmueve la candidez con la que Diosdado Cabello, segundo al mando en el chavismo, reivindica el derecho a la vida de Snowden después de que Silva lo acusa en un audio confidencial de “desangrar” al Estado venezolano con millardos de dólares, solo en el 2012, a través de empresas de maletín que sortearon el infranqueable control cambiario y recibieron divisas preferenciales para importar bienes y servicios que nunca llegaron al mercado venezolano. Será cuestión de conformarse con el logro que realza la propaganda oficialista día y noche: En Venezuela tenemos patria.