Hay un fuerte sol. Pero en el páramo cerca a Colta, Chimborazo, la intensidad del frío estremece. Entre el silbido del viento, y detrás de diez ovejas, camina Rosa. Tiene 9 años, pero ya es una experta para cuidarlos. Dice que la mandaron a hacerlos pastar. No atina a mencionar la comunidad donde vive. Solo señala una elevación, a más de tres kilómetros de donde está. Y dice: “Allá atrás está la casa de papi”.

Mientras habla, Rosa también da referencias de una regla a la que está sometida: si los borregos comen pasto malo, ella sería la responsable y le pegarían con látigo. Para detectar si los animales entraron al sitio de “hierba mala”, como la llama, su madre coloca una especie de babero a cada oveja. La niña, de manos arrugadas y piel reseca, es una de los 82.345 menores indígenas que trabajan en Ecuador, según la I Encuesta de Trabajo Infantil hecha en 23 de las 24 provincias por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) en el 2012 y cuyo resultado se publicó el mes pasado.

El estudio también revela que en Ecuador de los 4,2 millones de niños, niñas y adolescentes, de entre 5 y 17 años, 359.597 trabajan. El director del INEC, José Rosero, indica que se tomó la muestra de 31.687 hogares con menores de 17 años. Y se determinó que el 62,8% de los menores trabajadores son hombres.

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De ellos, 250.379, el 69,74%, tiene menos de 15 años. En ese grupo está Vicente, quien no vive con sus padres y, pese a que apenas tiene 10 años, cada tarde –tras asistir a clases– va con los tíos a sembríos ajenos de arroz en Santa Lucía y Daule, donde a paso lento hace lo mismo que un adulto por $ 8 la jornada.

“Siete de cada diez menores que trabajan lo hacen en el área rural. Por eso, no puede dejarse de lado pensar en un cambio de la matriz productiva, sobre todo en materia agrícola, para que haya incentivos y que los niños dejen de trabajar y vayan a la escuela”, refiere Berenice Cordero, especialista de Protección de la oficina del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.

En su artículo 82, el Código de la Niñez y Adolescencia indica que la edad mínima para el trabajo es 15 años, incluidas las labores de servicio doméstico; además, en el artículo 84 señala: “Por ningún motivo la jornada de trabajo de los adolescentes podrá exceder de seis horas diarias durante un periodo máximo de cinco días a la semana; y se organizará de manera que no limite el efectivo ejercicio de su derecho a la educación”.

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No obstante, hay menores que trabajan incluso los siete días de la semana. Uno de ellos es Asael. Tiene 15 años y desde el periodo lectivo pasado abandonó los estudios por falta de dinero. Este Diario lo halló en Bilován, Bolívar. Ayudaba a recoger y desgranar alverjas en una parcela a seis kilómetros de su casa.

“Trabajando con los guaguas no se contrata peón, que vale $ 10 el día. Eso queda para comida”, dice la madre, y cuenta que en el terreno trabajan al “partido”, como llaman al hecho de sembrar en tierras ajenas a medias con los dueños.

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“Dicen que es prohibido que menores trabajen, pero tienen que ayudar en la medida de lo posible”, comenta Juan, el padre, quien además de sembrar, es albañil en Quito, donde percibe $ 100 semanales.

“Que los niños y jóvenes trabajen es de orden económico, pero también cultural”, insiste Cordero. La encuesta refleja que seis de cada diez niños que trabajan lo hacen por ayudar en su hogar, mientras el 16,5% asegura que no le interesa estudiar. Es el caso de Luis, quien a sus 15 años ha estado unido a dos jóvenes. Hoy trabaja preparando injertos de cacao en Vinces, Los Ríos.

Según la encuesta, el 27,06% de menores lo hace para ayudar al negocio familiar; el 27,96, para adquirir destrezas; y el 14,10%, por otros motivos.

Otro resultado que obtuvo el INEC es que los niños indígenas son los que más trabajan. El 28,99% de los 284.036 menores labora. Sea en parcelas ajenas, como empleados o ayudando en sembríos de los padres. Entre ellos están cuatro de los ocho hijos de Lily. El pasado 30 de agosto, en una comunidad de Tungurahua, los guiaba para que removieran la tierra donde iban a sembrar hortalizas.

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El índice más alto está en la provincia de Cotopaxi con 1 niño trabajador de cada 4, mientras que Manabí tiene la tasa más baja, el 4,4%. La mayor cantidad de niños labora en el agro, pero en Guayas, Pichincha, Santa Elena y Santo Domingo lo hacen en transporte, hoteles, mecánica, comercio, minas, pesca, construcción, servicio doméstico minas o almacenamiento.

Wladimir Galárraga, coordinador de la Fundación Proyecto Salesiano Chicos de la Calle, en la zona norte del país, recalca que el trabajo infantil afecta al menor psicológicamente. “Los niños trabajadores tienen baja autoestima, son agresivos; deben implementarse programas de manera integral”, dice, y cuenta que ellos, por ejemplo, ejecutan programas con las familias, dan formación en derechos, espiritual y buscan en una pastoral espacio a los menores.

En el libro El trabajo infantil en el Ecuador, marco institucional, evolución histórica y análisis costo beneficio de su erradicación, presentado por el Ministerio de Coordinación de Desarrollo Social, Ministerio de Inclusión Económica y Social y el Instituto de la Niñez y la Familia, en el 2011, y escrito por Fander Falconí y Juan Ponce, se afirma que el país cuenta con varias intervenciones dirigidas a erradicar el trabajo infantil. Se cita el documento ‘Rendición de Cuentas 2009-2010’, del Ministerio de Relaciones Laborales (MRL): “Mediante inspecciones de trabajo, el MRL verifica la existencia de niños, niñas y adolescentes en basurales, los cuales, una vez retirados, reciben becas...”.

Además, que se han hecho 4.291 inspecciones y se han firmado acuerdos con varios municipios y con la Dinapen para realizar recorridos por centros de diversión: bares, discotecas, juegos de azar, y camales, donde se han encontrado menores.

Pero las inspecciones no han llegado aún a diversas zonas del páramo o del agro costeño, como aquellas donde Rosa cuida ovejas, Asael cosecha alverjas, Anita cría cuyes, conejos, gallinas; Vicente siembra arroz, Ángel y sus hermanos remueven la tierra para sembrar hortalizas; y otros miles de niños ven pasar sus días de infancia en extenuantes jornadas de trabajo.

‘Siete de cada diez menores que trabajan lo hacen en el área rural... No puede dejarse de lado pensar en un verdadero cambio de la matriz productiva...”.Berenice Cordero, Especialista de la Unicef