Cuenta Ricardo Ycaza Paulson que cuando iniciaba su carrera profesional como tenista en un torneo de Roland Garros, en los años 70, los jugadores latinoamericanos eran unidos y teniendo en cuenta que el dinero escaseaba en una ciudad como París todas las noches iban a cenar en un lugar llamado L’Etoile Virt.

¡Bueno, bonito y barato!

Un día que Rabito Ycaza salía cabezón luego de un match de dobles entró al camerino de varones y de repente se encontró a Eduardo Chivo Zuleta duchándose y enjabonado con el mismo short, camiseta, medias que había jugado ese día.

Miguel Olvera (i) y Eduardo Zuleta, en dobles por Ecuador contra Colombia en la Copa Davis de 1961. Foto: Archivo

Sin poder contener la risa, Ycaza le preguntó al Chivo cómo podía bañarse con la misma ropa puesta y la fenomenal respuesta fue: “Es que hay que ahorrar en todo, Ricardo, ya con esto no gasto en la lavada ni en la secada; pero no te preocupes que de noche comemos rico en L’Etoile Virt”.

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Otra famosa anécdota era que sus alumnos del Tenis Club siempre hacían la broma que en los entrenamientos Eduardo les decía a la hora de practicar el forehand (golpe de derecha): “Pégale juerte” o “pégale más juerte”.

Esas frases yo las había escuchado por largo tiempo, puesto que tuve a varios compañeros en el Colegio Alemán Humboldt, quienes fueron tenistas juveniles dirigidos por el Chivo.

Así es que algunos años después cuando nos hicimos más cercanos con el Chivo Zuleta y empezamos las transmisiones de la Copa Davis en radio Atalaya, me decidí a preguntarle si era cierto eso de “pégale juerte” y se rio, con esa franca sonrisa que lo caracterizaba, negando el asunto. Más bien me explicó que quizás así podía escucharse a veces, pero que los chicos eran bromistas.

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Eduardo Zuleta (i) y Miguel Olvera saludan a sus rivales de Colombia, tras vencerlos en la Copa Davis de 1961. Foto: Archivo

Unas semanas después fui a entrenar por primera vez a la Academia Zuleta (vía a la costa) y recuerdo que había mucho sol, cuando me lanzaban bolas a la derecha de repente apareció imponente Eduardo diciendo: “¡Campeón, cepíllela y péguele juerte!”.

Para culminar, vamos a recordar el magno triunfo ecuatoriano sobre el equipo de USA en la Copa Davis 1967, el cual está detalladamente descrito por Mario Canessa Oneto en su libro Historia del tenis nacional.

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Los norteamericanos trajeron a Guayaquil su equipo estelar, con el mítico Arthur Ashe como tenista número 1, y Cliff Richey, especialista en arcilla, como raqueta 2; y la pareja de doblistas Clark Graebner y Martin Riessen, quienes eran los mejores del mundo en aquellos tiempos.

Inclusive, la delegación de Estados Unidos trajo su propia agua, comida y medicinas. Luego de varios años, Zuleta me comentó: “Ellos pensaban que venían casi que a la selva”.

Así es como el equipo de tenis criollo, comandado por Miguelito Olvera, Pancho Guzmán y Eduardo Zuleta (no jugó), dio la gran campanada internacional al vencer sorprendentemente en los dos partidos de singles al histórico Ashe, primer tenista de color negro ganador de Grand Slam. Así como en el crucial juego de dobles.

La gente salió a festejar con algarabía en las calles de Guayaquil aquella gigante victoria de Ecuador .

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Y para variar, el Gobierno de turno les hizo varias promesas a los héroes deportivos ecuatorianos de aquel momento, pero jamás se cumplieron.

Tuvieron que transcurrir casi 40 años para que en el Congreso Nacional, por gestión del exdiputado Alfonso Harb, se consiguiera reconocer una merecida pensión vitalicia para estos tres titanes de nuestro deporte blanco.

De esta manera terminamos el sencillo pero significativo homenaje de esta columna especializada en tenis, a través del Mayor Diario Nacional. (D)