Pekerman vivió tal vez la máxima tensión de su vida en un partido de fútbol, al punto de que por primera vez un árbitro debió llamarle severamente la atención pidiéndole que se contuviera; Falcao agradecía a Dios arrodillado, con la cabeza tocando el césped. James se desahogaba. Los jugadores peruanos lloraban y se abrazaban; viajaron toda la Eliminatoria en una nube de ilusión y esta los depositó en el repechaje. El Paraguay entero seguía aturdido, sin entender la ocasión que acababa de perder ante Venezuela en su propia casa; con un triunfo mínimo estaba en Rusia: perdió. Chile, cabeza gacha, brazos en jarra, la mirada perdida como diciendo “somos los bicampeones de América, la generación dorada, ¿cómo nos pasa esto…?” A Chile le cayó la maldición del TAS. Puso veneno en una copa, se olvidó qué copa era y se la tomó… En Quito, todos (hasta sus compañeros) aclamaban la hazaña de Messi de rescatar él solo a Argentina del infierno y llevarla al paraíso, dando otra exhibición colosal de su dimensión de genio.