Lejanos están aquellos tiempos del amor por la camiseta, o del romanticismo por el fútbol. Lejanos están para los intérpretes del balompié –me refiero a los futbolistas– esos días de fidelidad por los colores, el escudo, el himno del club, la bandera y todo aquello que permitía celebrar esa comunión natural entre el héroe de la cancha y el héroe anónimo, que multitudinariamente llenaba las gradas de los estadios para ver al equipo de sus amores.