Y no es un pájaro cualquiera. Es uno –y único- que supo hacer filigranas con el balón en una cancha de césped (al principio fue en una de sarteneja molida), que llenó de alegría a la gente, que arrancó alaridos de euforia cuando se montaba en una imaginaria bicicleta y dejaba la esférica reposando en las redes de los arcos rivales.