Finalizaba el partido Juventus 2-Mónaco 1 y la cámara de la TV hizo un primer plano del brazo tatuado que mostraba, ufano, un hincha turinés. La indeleble tinta decía “Ganar no es lo importante, es lo único”. Es un mensaje que, con matices, se propala por millones en las redes sociales. Estamos rodeados de “ganadores”, porque el individuo que se tatúa esa leyenda se siente él un triunfador total. Tal vez el dueño del brazo tatuado sea un desocupado, un sujeto lleno de frustraciones, un “ni ni” (ni trabaja ni estudia), un “mammone”, ese ejército de cientos de miles de italianos no tan jóvenes que llegan a los 40 años y siguen viviendo en casa de la mamma porque no generan para solventarse por su cuenta. También es posible que sea un tremendo tronco con la pelota que juega los sábados con los amigos y pierde siempre. Pero él se autoproclama como un ganador incurable y pasa el mensaje casi socarronamente: “Aprendan, tontos, esto es lo único que vale: ganar”. Como si solamente a él le gustara ganar (lo desean todos los hinchas desde que empezó formalmente el fútbol en 1863). Y como si el que ganara fuera él, no el equipo. Asociarse al éxito genera una sensación automática de ser exitoso. Sin necesidad de talento ni esfuerzo. Son los campeones del sofá.