Su padre, ayudante de chapista, se levantaba con el alba y trabajaba 64 horas semanales en el frío y la humedad de los astilleros de Glasgow. Era un hombre duro y austero, de pocas palabras. No le permitió ser futbolista profesional hasta recibirse de matricero. Y cuando Alex comenzó a comprarse alguna ropa y a salir los sábados a la noche tras ganar sus primeras libras con el fútbol, al jefe del hogar no le agradó: “Está viviendo demasiado bien”, protestó.