No siempre el jugador más querido es el mejor de un equipo, una evidencia tan vieja como el fútbol, escenificada en cualquier campo. En el Allianz Arena, la afición del Bayern Munich recibía durante años a Bastian Schweinsteiger al grito de ¡Fussballgoth¡ (¡El Dios del fútbol!), una exageración en toda regla que señalaba la admiración de la hinchada por un jugador optimista y laborioso, con una técnica discreta y una tentación insuperable a tribunear. Al pequeño Philipp Lahm le recibían con una considerada ovación y poco más.