Garrincha arrancaba en velocidad para adentro y su inocente marcador –ruso o checoslovaco– lo seguía, pero el genio picaba sin pelota, la dejaba quieta en un punto, luego volvía, la recogía y salía hacía afuera. Era un artista del engaño. El público reía y el rival no decía nada. Todo tenía un tinte natural. Era parte del show de Manoel Dos Santos y nadie se molestaba. Aparte era otra época, menos crispada que la actual. Eso sí, Mané lo hacía en el clásico de Pau Grande, su pueblo (clásico al que nunca faltó, ni siendo bicampeón del mundo) y también en una final en Maracaná. Y lo hacía perdiendo, empatando o ganando.