Los Juegos Olímpicos son la primavera del deporte, la estación en que reflorece. Generan entusiasmo, nos envuelven en ese torbellino de transmisiones televisivas en las que se cruzan pesistas con remeros, judocas con tenistas, nadadores con gimnastas, marchistas, lanzadores de martillo, de bala, de jabalina… Son diecisiete o dieciocho días animados por competencias constantes con las que nos vamos familiarizando después de cuatro años de puro fútbol. Les vamos tomando la mano a las distintas disciplinas con los días, adoptando su lenguaje. Nos distraen de las ocupaciones habituales, ni qué decir la excitación cuando compite un compatriota… Son bellísimas las olimpiadas, un gran jubileo universal, multitudinario y multicolor, donde por todas partes flamean banderas y resuenan himnos (¡qué lindos son los himnos… qué emotiva solemnidad tienen!). Los Juegos nos mantienen en alegre agitación en esas poco más de dos semanas.