La desgracia de Messi es ser argentino. De haber sido español, alemán, italiano, sería completamente feliz. Tendría, mínimo, uno o dos títulos mundiales y dos o tres Eurocopas ganadas. Hubiese viajado un millón de kilómetros menos en avión y no debería soportar tanta mediocridad. Pero es argentino. Y lo siente. Peor para él. Su culpa es haberle dicho no a España, pero es que culturalmente no tiene nada que ver con España, aunque viva allí desde los 13 años. Santiago Segurola, orgullo del periodismo español, describe en la película de Álex de la Iglesia, el rosarinismo absoluto de Leo: “Messi sale a las 8 de la mañana de Rosario, llega 8 y media a la ciudad deportiva del Barcelona, entrena, se cambia y al mediodía se vuelve a Rosario”. Así es, igual a Di Stéfano, que en 61 años de España no se le pegó un “vale”, un “venga”, un “vamos”. Ni “cantera” decía Alfredo, “¿Qué cantera…?, semillero, cantera es para las piedras”.