Todas las prevenciones se derrumbaron en tres minutos, los que tardó Lionel Messi en poner un pase perfecto a la cabeza de Ezequiel Lavezzi para que este anotara el primer gol y se destartalara la estructura futbolística y, sobre todo, la confianza de Estados Unidos. Porque, por cuestiones de mentalidad, siempre es conveniente no dejar crecer la autoestima gringa. Después casi no hubo partido, fue un monólogo de Argentina en goles y también en dominio. Alcanzó a tener 72% de posesión de balón (bien manejado). El 4-0 final es la diferencia exacta que hubo entre finalista y semifinalista.