El dramatismo, el casi fatalismo de los penales, le dio la undécima Copa de Europa al Real Madrid. Después del 1 a 1 en los 120 minutos, su infalibilidad desde los doce pasos le permitió una vez más coronarse y, nuevamente, amargar a su adversario de toda la vida. La gloria (¿hubo en verdad gloria en esta final…?) se vistió de blanco. Con poquito, con moneditas, el Real Madrid vuelve a inscribir su nombre en lo más alto y de paso salva una temporada que caía al barranco. La rescató en el último partido, pero con premio grande: la Champions. La que quieren todos los grandes del Viejo Continente. El Atlético, que jugó con personalidad y fue futbolísticamente mejor, se quedó una vez más sin nada, vacío, después de una campaña brillante en la que le tocó enfrentar –y eliminar– nada menos que al Barcelona y al Bayern Munich. Mucha proeza para ninguna recompensa. Una porción gigante del fútbol mundial estaba volcado hacia el cuadro colchonero, simpatía que reflejaba sus méritos. Pero una vez más se estrelló contra ese destino que le niega las grandes alegrías. El palo rebotó el disparo de Juanfrán y ahí se vio que moría su ilusión. Quedaba un solo remate, de Cristiano Ronaldo, que siempre se anota quinto para quedarse con la gloria del triunfo. Y Cristiano en los penales clave suele no fallar. Le vino de perlas ese último penal al portugués. Había sido casi nulo en el juego, ahora será portada de todos los medios del mundo. ¡El héroe de la noche…! Aparte, el fenomenal arquero esloveno Jan Oblak es notable tapando durante el partido, en los penales parece tener menos reflejos o eficacia. Se vio que si le tiraban cien, le metían los cien.