Nunca es bonito para el cronista hablar en la derrota, pero esta forma parte de la realidad, de lo que será historia mañana. La famélica demostración futbolística de Barcelona en la final de diciembre ante Emelec fue un síntoma inquietante para el mundo amarillo: jugar tan mal nunca es auspicio de tiempos mejores. Eso, más allá de perder el título. Y de cederlo ante el rival eterno. El mercado de pases renovó la ilusión (en Barcelona siempre reverdece a la hora de los refuerzos). Luego devino el pálido comienzo en el campeonato nacional, hasta desembocar en esta Libertadores que entrega un diagnóstico mucho más severo: el estado es crítico. El malestar del hincha se ahonda porque recién comienza la temporada, y ya nace mal. Las señales que llegan desde el campo no son tranquilizadoras: el juego del equipo está muy mal. O para ser más gráficos, no existe.