Una suerte de leyenda urbana sitúa a los jugadores de fútbol como a una especie de esclavos de los dirigentes, de los representantes, de las marcas deportivas; como objetivos de los vivos que se acercan a ellos y se aprovechan de su bondad, de su generosidad e inocencia. Los ve como unos indefensos blancos contra los que disparan los medios y a quienes explotan las botineras, la familia, los amigos... Existe una creencia –bastante generalizada– de que son cándidos seres oprimidos a quienes otros les sacan el dinero y los hacen trabajar donde quieran y como quieran.