La reacción de alguien que no vio un juego, si le comentan que el resultado fue 0-0, es: “Bueno, no me perdí nada”. Porque el gol es la fiesta del fútbol, transforma indiferencia en emoción pura. Cambia las opiniones, porque tras insultar a su equipo 89 minutos, el hincha puede elevarlo a los altares si hay gol en el último suspiro. Entre cero y uno no hay un gol, sino una infinidad de sensaciones.