Durante 42 años que duró mi carrera como profesor de Educación Física de algunos planteles de Guayaquil me martillaba en la conciencia el saber que miles de niños y jóvenes que se educaban en muchas escuelas fiscales no recibían estas clases. En algunos casos por “buena voluntad” los maestros de cada grado, y cuando la carga de enseñanza se lo permitía, sacaban a los patios a sus alumnos a jugar con una pelota como una alternativa, pero esto a la postre trajo otras complicaciones.