Por: Ricardo Vasconcellos Rosado.

Dos llamadas en tono acongojado nos comunicaron la noche del jueves una triste noticia: había fallecido José Pelusa Vargas, el último de los integrantes de una de la delanteras más famosas del fútbol ecuatoriano de todas las épocas: el Quinteto de Oro que formaron José Jiménez (después Jorge Mocho Rodríguez), Enrique Cantos, Sigifredo Chuchuca, Vargas y Guido Andrade, cinco arquitectos de la idolatría de Barcelona.

Ellos hicieron de un modesto club de barrio el más grande fenómeno sociodeportivo que se conozca hasta hoy en el país.

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En esa aceitada máquina de buen fútbol que fue el mejor o el más emocionante Barcelona que vieron mis ojos, el de los criollos legítimos que derribaban gigantes de fama mundial, el cerebro era Pelusa Vargas.

Surgió en las Ligas de Novatos en el Atlético Colón. En 1941 llegó a los ‘cadetes’ del Panamá donde se destacó como interior izquierdo hasta llegar al Barcelona a finales de 1946, llevado por su compañero Fausto Montalván junto a la deslumbrante generación que luego edificó la condición de ídolo del equipo del barrio del Astillero.

Vértigo y pausa
Pelusa Vargas, el número 10 clásico, aquel que cuando el fútbol era para los inteligentes, personificaba al preparador de jugadas, al que organizaba los ataques desde los tres cuartos de cancha hasta la valla del adversario. Era el que ordenaba el vértigo y la pausa, el que veía los espacios allí donde otros miraban solo obstáculos.

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Se lo admiraba por la justeza de su pegada para poner, desde 30 o 40 metros, un pase en profundidad que dejaba en situación de gol a Cantos o a Chuchuca. Era, además, un infalible ejecutor de penales e insigne de tiros libres. Su inteligencia fue factor determinante en el funcionamiento del Barcelona de aquellos años.

A diferencia de un publicitado futbolista extranjero que se marchó a Emiratos Árabes, que no le llega ni a los talones, el admirado Pelusa no administraba a cuentagotas su talento; tampoco se hacía expulsar ni perdía balones por fingir faltas que no existían. Durante once años entregó su físico, su alma y su talento a los colores del equipo que le dio fama, pero al que devolvió espíritu e inteligencia.

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El gran escritor español Manuel Vásquez Montalbán, ya fallecido, dice en su libro Fútbol, una religión en busca de Dios: “De los jugadores de excepción depende la adicción futbolística de cada uno de nosotros y de las masas. Nadie se ha hecho aficionado a causa del prestigio de un entrenador o de un presidente de club”.

Agrega que el fútbol es “indispensable para nuestro ecosistema emocional” y que “en algún momento de nuestra infancia percibimos el instante mágico en el que un artista del balón consigue ese prodigio inolvidable que relatarán los que lo presenciaron y finalmente entrará en la memoria convencional de las generaciones futuras”.

Muchos de los que se hicieron fanáticos amarillos a partir de 1947 atribuyen su pasión a la admiración que les generaba ese “general del césped” al mando de la tropa canaria que fue el ídolo que hoy despedimos: José Vargas Huayamave.

‘Un genio’
En una de las varias charlas con Chuchuca nos contaba una vez: “Muchas veces se decía que yo sabía poco de fútbol, que no regateaba, que sabía poco con el balón. Siempre dije que no necesitaba tantas virtudes porque me tocó jugar con un genio: mi compañero Pelusa Vargas. Me ponía balones para que yo los tocara con destino a la red, o para que los cabeceara suave sobre el arquero. Él nos hizo grandes a todos los delanteros”.

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Ahora Pelusa es solo el recuerdo de tiempos en que el fútbol lo jugaban varones de temple acerado que le daban a este deporte categoría de arte

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Títulos con Barcelona

José Vargas fue campeón en 1950 y en 1955. Jugó la Copa América en 1947, 1949 y 1953. Su sepelio es hoy a las 16:00, en el Cementerio General (puerta 10). Murió a los 88 años.