Daniela Alvarado le ha puesto el cascabel al gato. El anuncio de la gerenta de la Enipla sobre la libre disponibilidad de la “píldora del día después”, para mujeres, adolescentes y niñas mayores de 12 años de edad que la soliciten, ha desatado un debate público largamente evitado por los ecuatorianos. Los partidarios saludan la medida como la opción más pragmática contra los embarazos no deseados (incluyendo los de adolescentes) y la morbi-mortalidad asociada. Pienso que la disposición encarna la confesión colectiva de un triple fracaso: el de la “educación sexual” como instrumento preventivo; el de las familias ecuatorianas como lugar idóneo para la constitución de la subjetividad, la sexuación y la sexualidad de los hijos, y el de todo discurso que prescriba el amor como requisito del erotismo.
La llamada “educación sexual”, establecida en nuestras instituciones educativas desde hace décadas, no ha servido para promover el ejercicio responsable de la sexualidad y la prevención de embarazos y contagios. La explosión de los embarazos tempranos y la inexorable difusión del virus del papiloma humano entre nuestros jóvenes así parecen demostrarlo. El énfasis ingenuo que se pone en la transmisión de información como medida suficiente ignora el hecho de que el ejercicio de la sexualidad y sus complicaciones nunca ha tenido mucho que ver con el saber o con el conocimiento de datos. Si solo fuera por eso, nuestros adolescentes están mejor informados que nosotros gracias al internet. La constitución y la práctica de la sexualidad se originan y estructuran de otras maneras, empezando por sus orígenes en la familia del sujeto.
En condiciones ideales, la estructura familiar es el lugar donde todo aquello empieza y donde los aciertos y trastornos se originan. Si las familias ecuatorianas nunca fueron el modelo más adecuado para que sus hijos tuvieran el mejor desarrollo de su sexualidad, ahora lo son menos que antes. La migración, la hiperactividad laboral forzada de papá y mamá, la extendida descalificación de la autoridad y la función paterna, la ausencia de padre, el cuestionamiento de la institución matrimonial y la violencia doméstica son –entre otros factores– los determinantes actuales del frecuente fracaso de nuestras familias como el mejor lugar para la estructuración de la sexualidad. Los padres le pasan la papa caliente a la institución educativa, que tampoco sabe cómo hacerlo. Entonces, solo queda festejar la llegada de la píldora que legitima los hechos consumados y formaliza el fracaso parental.
Además, si hace cincuenta años la única preocupación de la jovencita que acababa de entregarse al enamorado era saber si “el día después” él la seguirá amando (como cantaba Carole King), hoy en día algunas interrogaciones de la mañana siguiente aún conciernen al amor, pero hay otras más heterogéneas y prácticas: ¿con quién más estuvo él, tendrá HPV, en qué día del ciclo estoy, debí cuidarme, lo pondrá en Facebook, realmente me interesa él, y si se entera mi ex, la píldora del día después ahorita o el Cytotec la próxima semana, acaso quiero que él me llame, dónde habrá un hombre que valga la pena? Quizás nuestros adolescentes están “triunfando” donde nosotros fracasamos: en cortar la impuesta atadura cultural y religiosa entre amor y sexualidad. Para ellos está la píldora.