BUENOS AIRES, Argentina
Por caprichos del destino, me ha tocado vivir estos primeros días del papa Francisco en su natal Buenos Aires.
Debo contarle, amigo lector, que por cada lugar que recorro y con cada persona con la que puedo conversar, encuentro alegría y orgullo por la designación del cardenal Jorge Mario Bergoglio como sucesor de San Pedro.
Al parecer toda la Argentina ha celebrado tan importante suceso, menos el gobierno de Cristina de Kirchner.
La prensa local cuenta con lujo de detalles sobre los innumerables enfrentamientos entre el cardenal de Buenos Aires y el expresidente Néstor Kirchner, especialmente en temas trascendentales para la fe católica.
Cristina tampoco ha sido muy “cordial” con el actual papa.
Con total aplomo, medios locales cuentan 14 veces que el entonces cardenal de Buenos Aires pidió ser recibido por la presidenta Cristina; 14 veces que fue rechazado el pedido; 14 veces que el actual papa fue desairado por la presidenta. 14 veces que la soberbia abofeteó a la piedad, a la sencillez y a la humildad.
Incluso Diario El Clarín esta semana ha revelado que el gobierno habría distribuido en altas esferas del Vaticano, folletos preparados para desprestigiar al cardenal argentino y evitar su elección como papa.
¿Será por eso que Cristina demoró tanto en reaccionar por la elección del primer papa latinoamericano de la historia, del primer papa argentino?
¿Será por eso que su primera reacción no fue un tuit de emoción, o una declaración en medios, sino una fría y protocolaria carta oficial?
Muchos presidentes latinoamericanos sintieron como propia la elección de Francisco.
¿Por qué Cristina no?
En cualquier caso, el papa Francisco, dejando de lado todos los desplantes y la campaña de desprestigio (paradójicamente) del gobierno de su propio país, sorprendió al mundo y particularmente a los argentinos, al recibir primero que a nadie, a la mismísima Cristina Fernández de Kirchner, a quien no solo recibió sino, además, invitó a almorzar, cortesía que no es muy frecuente en el protocolo del Vaticano.
Como se dice en las calles, el papa la dejó sin palabras a doña Cristina. ¿Qué les parece, amigos lectores? ¡Qué lección de humildad, de piedad y a la vez, qué grandeza del papa Francisco!
Estoy seguro de que ese gesto removió el alma de la presidenta argentina. Solo así se pueden entender las lágrimas que se le escurrieron este lunes durante su encuentro con el papa Francisco.
Lágrimas de remordimiento, de cargo de conciencia, y a la vez de paz por el evidente perdón recibido del papa; lágrimas de alegría por la bendición de tener un papa argentino.
Por nuestros rumbos, he visto al presidente Correa muy emocionado por la designación del papa Francisco.
Ojalá esta alegría y admiración por el nuevo papa, le ayude a ser cada día un mejor ser humano, un mejor cristiano. Que reemplace el insulto y la descalificación por el diálogo y el intercambio respetuoso de ideas y argumentos. No sabe usted, señor presidente, cuánta falta le hace al Ecuador un poco de paz y respeto.
Nuevos vientos soplan en América Latina, orgullosa cuna del papa Francisco, la nueva piedra argentina donde se asienta la Iglesia católica.