Son las 07:45 del viernes último sobre la calle Gil Ramírez Dávalos, en el norte de Quito. La gente camina presurosa. Un hombre con vestimenta oscura y un sombrero vaquero de color negro llama la atención. Su atuendo desentona con el de decenas de adultos vestidos de terno y pintas juveniles de estudiantes universitarios.