Dentro de un tiempo, que Julian Assange lo contará minuto a minuto, sabremos cómo va a terminar el episodio que ha puesto a Ecuador en la prensa mundial. Es probable que, a la cansada, el gobierno inglés termine por concederle el salvoconducto para que pueda recorrer las calles londinenses desde la embajada hasta el aeropuerto. En el plano de la especulación se han barajado otras posibilidades, que van desde el otorgamiento de la nacionalidad ecuatoriana y el inmediato nombramiento como funcionario diplomático, hasta las que lindan con la ficción propia de las películas de espionaje, como la de salir en calidad de bulto (o de jarrón) dentro de la valija diplomática. Eso sí, está cerrada la opción de que el canciller inglés le pague el taxi, como ofreció hacerlo su par ecuatoriano cuando el director de EL UNIVERSO estuvo en la misma situación.
Pero pasará un tiempo más largo para que sepamos por qué el gobierno ecuatoriano decidió meterse en este embrollo. Es evidente que, antes de que Assange decidiera entrar a la embajada, nuestro servicio exterior se fue introduciendo en este asunto. Es obvio que la selección de la embajada ecuatoriana no fue el producto de una decisión individual e intempestiva del hacker australiano. Alguien estuvo advertido para recibirle alrededor de la medianoche en una oficina que atiende en horario burocrático. Además, como saben quienes han andado en estos trances, nadie va a pedir asilo en una embajada sin antes haber hecho algún contacto con los diplomáticos del país receptor. Las únicas excepciones son los casos de guerra civil, de dictadura o de persecución armada, que no era para nada la situación de este buen señor. Desde inicios de este año hubo invitaciones para que viniera, e incluso un acercamiento con el propio líder a través de una entrevista más amistosa que las del periodista Gestoso, lo que es mucho decir. Nunca está de más refrescar la memoria con la bienvenida que le dio al club de los perseguidos, del cual al parecer nuestro mandatario ha sido uno de sus miembros.
En los mentideros de Quito se dice que los preparativos comenzaron varios meses antes y que estos incluyeron los viajes de un par de asesores que se entrevistaron con el hacker. Se habría hecho también una transferencia extraordinaria de recursos para adecuar la embajada a las necesidades del futuro huésped (lo que, implícitamente, sería una invitación incómoda para que la Contraloría entre en la escena e informe sobre los costos de las duchas en el Reino Unido). La estrategia habría consistido en la venida, por angas o por mangas, de Assange a Ecuador. El objetivo sería posicionar al gobierno ecuatoriano como el portaestandarte de la libertad de expresión. Pero nunca previeron que eso aparecería más bien como una grosera contradicción con lo que hace casa adentro y que inevitablemente se ventilarían los trapos sucios. Tampoco calcularon el embrollo diplomático que se iba a armar. Ahora solo queda acudir a la soberanía, que puede dar buenos réditos en tiempos electorales.